Recital 8 de octubre, Festival Internacional de Poesía de Medellín

Es cierto que los poetas romantizamos la poesía, que hemos sacado de ella un sinnúmero de definiciones y bondades que la ubican en el origen y fin de los propósitos humanos. Tal vez lo hacemos porque nos sentimos muy plenos mientras gozamos imaginándola, retozándola y escribiéndola. Los poetas creemos que si la poesía nos mantiene vivos con sus revelaciones infinitas, pueda de paso salvar nuestro destino en común como humanidad. Sin embargo, no me atrevería a darle a la poesía la tremenda responsabilidad de salvar el mundo. Más bien pienso que la poesía es el resultado de una lucha benévola contra todo sistema limitante, ya sea interno o externo. Y el problema con estos sistemas limitantes es que carecen en su mayoría de matices, son inflexibles a los cambios, a las diversidades, a la naturaleza misma de la vida; en pocas palabras, son violentos, pues chocan entre sí al intentar obedecer a la búsqueda de una sola verdad.
La poesía más bien es sinónimo de victoria, es testimonio de batallas entre el verso y el universo. Que la palabra poética sobreviva al tiempo y a los hechos más aterradores de nuestra historia; que transmute y cante según el ritmo y el lenguaje de las épocas, basta para brindar cierta esperanza o estímulo. Donde hay poesía hay resistencia, combustible necesario para mantener la fuerza en el espíritu.
Al Festival Internacional de Poesía de Medellín hay que agradecerle su capacidad para ir siempre a contra corriente, por imponerse desafíos, en una interpretación muy fuerte y lúcida del espíritu que anima a la poesía.

El cansancio luce hermoso

al caer en la cama
siento hundirme
una y otra vez

caigo madrugada y trasnochada
y sobre mi cuerpo cae
la que cargó a su bebé horas enteras

le sigue quien fregó los platos
y restregó la mugre al medio día
cae vencida ahora que su hija duerme exhausta
de jugar a los primeros pasos

tumbándose sobre ella
cae la que preparó la cena
y recogió la ropa tendida

y a esta a su vez le cae encima
quien se sentó a escribir y a trabajar por ratos
tratando de entender
unas páginas leídas a prisa

caen
caen
caen

caen

derrotadas en el combate
de una jornada dura

a todas ellas les pesaron las ganas
de dejarse caer

el colchón
abre su pecho
nos hunde en un abrazo

sentimos irnos al lugar donde se asoman
las metáforas
los rincones tenebrosos
el vuelo feliz de una garza
los deseos…

arriba
el cuerpo continúa siendo
un abanico de mujeres cayendo a ese lugar
complejo de símbolos y rarezas
una hilera de sinónimos
detenidas sólo por el llanto de la bebé

primero es una garza hambrienta graznando desde el nido
luego es un eco
después la madrugada

y así por capas
regresamos a la superficie
de otro día infatigable

una
tras
otra

Lombriz de tierra y agua

Ya no sé
si es intuición
o simple
miedo,
porque
además de locura
solo corre
agua celosa.
Agua de la tierra
manchando
nuestras historias.
Aguaceros
sepultureros del sol
salpicándonos
de temor.
Si nos vamos a secas
de estos sitios
es de tanto imposible:
aguas que
de lejos vienen
esquivando
el amor.
Y si en algunos
lugares fluyen
el sudor
y la saliva:
no sería más
que agua
correspondida
en el jardín
del otro.
Huertos
donde el
el cuerpo
se contonea
como una
lombriz de tierra,
esquivando raíces
como si estas
fuesen
maldiciones.
No deja de ser
un fango de posibilidad
para el que se va
a ciegas
respirando
por la piel
sin morirse,
porque la suerte
del agua es una
metáfora de légamo:
fango amoroso
para unos,
tierra
insegura
para otros.

La polilla

Al extender la mano
creo estar más cerca del futuro.
El camino de la lluvia es vertical.
Cuando escampa,
me encuentro en el bosque
transparentando su olor verduzco.

El camino de la lluvia es vertical
y el barro ondula la esperma de la hierba
con un aroma intranquilizador.

Una persecución, un fracaso
me sacuden el sueño.
Cuando el cuerpo yace
—el muy tonto—
le pesan las piernas.

Culpo a unas aguas espesas
por esta mediocridad.

A mi espectro le es imposible huir
o sacarle ventaja al camino de la lluvia.

Pesan los párpados también
y mis manos caen
de señalar por mucho tiempo el futuro.

Antes de esta perversión,
creía en el vaho del monte
como fragancia de los astros.
Las estrellas cansadas bebiendo de la quebrada
eran un prisma verdadero
y forcejeando con la oscuridad
las más opacas sonaban como grillos.

Pero la casa se tiñó de negro.
La lluvia encontró su camino
y abrió la tierra:
uno teme caer.

Un rayito de luna se tiende en el piso
y mis pies lo encuentran:
aquí me he sentado
al llegar a un acuerdo con el miedo.

La mariposa negra no trajo visitas

En un rincón de la casa
abandono
mi orgullo.

Ha llegado de la calle
esa cosa negra
y despampanante
revoloteando su herida.

Busca un rincón amable para morir,
un sitio alto donde exhibir
su rabia y su tristura.

Toda la cólera concebida
se humilla ante el remordimiento
y este la culpa relamiendo
la misma escena grosera.

Ha llegado de la calle
ese ente nervioso y aterciopelado,
pero la casa está aburrida
y viciadas las supersticiones.

Nadie quiere a un orgullo herido
—musitan las paredes—,
desacostumbrado al descalabro
siempre llegará solo a casa.

Sentémonos a comer, Carmen

Hubiésemos preferido
que la carne brotara de los arbustos
y que la boca solo fuese un instrumento para articular palabras,
pero la mesa ya está servida
y las ollas podridas arden.

En tu poema bestial,
la vergüenza no nos quita lo carroñeras.
Brindemos por la honestidad,
aunque la crueldad use fraternos asados como antifaz.

El pavo de la finca de Galo, ¿lo recuerdas?
Pescuezo torcido, dolor en los párpados,
sangre seca en el pico.

Horas antes de nuestra llegada
gugluteaba bajo el sol de la sabana.

Fuimos su desgracia.
Poetas viéndolo arder
sobre una pila de cemento
para fingir y celebrar la vida.

Pedazos de hombres

hombres
pedazos de hombres bajo ramajes
hombres convertidos en dolor
dolor de llanto terrible
lágrimas hervidas en su rezo agónico
pedazos de hombres en cuartas partes
la quinta parte aún llora bajo la casa
la casa no es humana
la quinta parte gritó más fuerte que la motosierra
el aparato fue inventado por los hombres
hombres con sus extremidades aún pegadas
a su tronco de árbol
los árboles han sido los primeros en conocerla
también cayeron gritando
gritaron sus hojas
gritaron sus pájaros.

Han gritado los hombres en pedazos
y la parte más oscura quedó en el ombligo de la madre
la más visceral en las sienes de la esposa
la parte más viscosa en las babas de los hijos
la más elocuente lleva mensajes de espanto
la parte desgarrada
pertenece a los amigos.

Pedazos de hombres apiñados
en las leyes de nadie
una sangre de nadie transmuta
en el espesor del muelle
en bolsas negras duermen
sus pedazos junto a las piedras
yo no los he visto
a mí me lo han contado
me lo ha contado este país
sobre esta arena
la misma arena húmeda, seca, accidentada
extendida entre animales
hasta los infiernos comunes.

Este país es una fosa común
pedazos de hombres la siembran
germinan hombres y mujeres incompletos
sus ángeles custodios han fracasado
oscuras entidades triunfaron sobre la fe
Hoy quienes los sepultan
son una procesión de rompecabezas.

En aquella casa nacieron bestias
la casa fue construida con pedazos de árboles caídos
en el mar
una mano busca algún rostro
para cerrarle los ojos
y el barrio palafítico se avergüenza.

A mí me lo han contado
yo no lo he visto
me lo cuenta este país
antes del sueño
el infierno nacional
nuestro símbolo patrio
símbolo descuartizado en inútiles banderas
banderas divididas en dos hombres
hombres gritando Sí
hombres respondiendo No.

A los hombres en pedazos
un ave de rapiña los sobrevuela
el ave posa en el escudo nacional
nadie me lo ha dicho
yo la he visto sobre los palacios
y desde entonces
mi felicidad es discreta.

Maritza

A Maritza Ramírez Chaverra

Maritza, fue tu culpa;
porque siendo nadie entre los nadie,
voz comunera,
resguardo de los nadie de Tumaco,
te atreviste a sacar la cabeza entre el gentío.

Y con el Estado nadie se mete,
ni el hambre ni el miedo ni los niños o las mujeres,
mucho menos una negra.

Un tiro de gracia hubiese sido un privilegio,
pero a ti tenían que darte duro,
un hombre, después otro, y luego otro más:
Uno que reventara tu entusiasmo contra el suelo,
después otro que te diera en la cara, en la sonrisa;
uno más que desgarrara tu coraje,
luego otro que enlutara el monte en el que te dejaron,
y así, varios, nunca se sabe…
La cobardía no trabaja sola,
no es sencillo tumbar un árbol centenario o tapar el sol.
Tampoco es fácil arrancar del recuerdo
una vida de noble propósito.

¿Qué esperabas, Maritza?
Con el Estado nadie se mete,
ni los niños ni los pobres ni las mujeres,
mucho menos una negra.

Canto de un hombre que fue un Serafín

Ahora que tampoco soy Israel,
seré polvo fabulado a tu diestra.

No somos Israel,
ya hemos pasado por esto
cuando bramaron los volcanes.

Hemos sido una estirpe errante
enmendada por el destino.
Hemos saltado de una civilización a otra
como monos de distintos pelajes.

¿Qué me creó? ¿A quién me asemejo?
Carezco de interpretaciones,
el mito me abandona.
Nunca seré el gran espíritu de la historia.

No soy Israel
y al decirlo me arrastra el viento.
Me apoyo en un esqueleto
que sonríe mientras gimo,
no voy solo.

Un ángel puso en mi mano
el báculo para guiar a los solitarios
hacia la tierra ardorosa.

Corre, ardilla, corre

A Juana Torrenegra Sarmiento

Fue una tarde de los años noventa
junto a la piedra de lavar
en un patio de Gaira.
La abuela bañaba a la nieta
mientras abril agonizaba
en los calendarios.

El aliento dulzón de los palos de mamón
no me inquietaba,
yo alcanzaba el paraíso
royendo una almendra.

Esa tarde festejarían un cumpleaños.
Olía a papas con mantequilla en la cocina,
y justo cuando las tías acababan
de colgar las guirnaldas en los aleros,
el corazón de la abuela se paralizó
en su rostro de avena.

Cuando vi que el abuelo Toto
la llamaba por todos sus nombres,
arrojé la almendra al techo
y corrí entre ramas
atravesando los patios del pueblo.
Buscaba, por reflejo,
las cerezas con que la niña
solía jugar a despertar a la abuela.

Fui un punto escarlata en movimiento,
una ráfaga de pelo blando.
Fui tan roja entre los árboles
que los perros ladraban
a mi desesperación

Al regresar,
una brisa irregular
enrarecía los corales y los crotos,
y la luz pobre de la sala
caía amarillenta sobre
los últimos visitantes.

Agitada,
juro por la carne arenosa del tamarindo
que fui tan roja como pude
buscando
esas cerezas.

Sol de abril

Intento abrirme al sol resfriado de abril
pero huele a incienso, a palosanto,
a estaciones dolorosas.

Intento guardar su luz en una Pandora,
pero corro lento en sus sueños difíciles,
condenando su sol por arder solapado
entre nubes heladas.

Corro lento pidiendo ayuda
a los primeros días de mayo,
sin embargo, el trébol solo florece
cuando el sol es un círculo de ceniza.

Si no fuera por el trébol…

Habrá quienes agradezcan a los dioses
por sembrar tanta melancolía,
los demás marchitarán la flor del trébol
pisoteándola sobre el asfalto.

Algunos se han atrevido a pensar como abril:
han sacudido la poesía de los árboles
o arrojado piedras a los justos.

Y yo que conservo la dignidad de octubre,
lamento estos días donde los patetismos se consuman:

otra vez la misma ciudad de espíritu a medias,
y el ocaso sobre el salitre
socavando las columnas
que nos mantendrían orgullosos.

Otra vez abril perpetuado en el calendario,
una vez más
su palabra
contra la mía.

Esperanza

Camina muy lento, pierde mucho tiempo moviendo las caderas.
Tal vez dobla mucho las esquinas, debe ser eso.
La veo abrir las multitudes a su paso, yo voy detrás.
El mediodía está opaco como opacas están las ventanas de los autos
y de las oficinas, menos las frutas que, expuestas a un sol turbio y al esmog,
sueltan su aroma a sonrisa de tierra.
Hay ruido de ciudad, huele a lentejas guisadas, a plátano maduro con queso.
Huele a velas de incienso y a albahaca.
La calle perfumada cae en una fosa séptica sin estruendo. Todo muy normal.
No suena el corazón de nadie. La prisa por llegar al plato de lentejas enmudece.
La rutina se ve tan acogedora que podría sentarla en mis piernas
sin encontrarla amarga ni dulce.
Una mujer puede ver a una desconocida poner un pie delante de otro
y descubrirse en ella como un espejo de cartera.
La otra mitad del día buscará sin remordimientos la bondad de la noche.
Y así, cuando una palomita torcaza no tiene a donde ir, vuela.

Mi lectura en el Festival Internacional de Poesía de Medellín.
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