La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo.
“La casa de Asterión”, Jorge Luis Borges.
Ayer también fue domingo,
aunque un nuevo quehacer pretenda ser audaz.
El momento más difícil es la noche.
Las madrugadas, sin embargo, son aún más poderosas.
Los sueños son absurdos y risibles:
las calles oníricas están muy transitadas
por nuestras obsesiones y anhelos.
La apnea del sueño nos reprime el descanso.
Se nos ha impuesto la virtualidad y la incertidumbre.
Guardamos de mala gana nuestro ego al cerrar la puerta.
El miedo nos quita los zapatos antes de entrar.
La ansiedad quema los pasillos.
El baño es el purgatorio,
un sitio donde, por un caño, se escurren contiendas invisibles.
Las habitaciones son el cerebro de la casa,
les hace falta oxígeno y una rutina que importe a alguien.
La sala duerme en el sosiego
de una intimidad sin visitantes,
y la cocina es el corazón:
algunas veces hay cómo hacerla palpitar.
Hemos renovado los espacios más obvios,
imaginando en ellos futuras galerías
o patios sin techo para los tiempos de paz.
Las ventanas no dan noticia del día a día,
solo son marcos del retrato de una calle sola,
con cielo grisáceo sellando la cuaresma.
En la sala comedor se discuten nuevos temas:
ahora hablamos de Isaías 26, 20:21,
de conspiraciones,
de crisis económica,
de ciencia,
de selección natural…
Nuestros anhelos hoy son más simples:
ansiamos el día que regrese la normalidad,
si es que volvemos a ser los mismos.
Y ya que el confinamiento nos obliga a
despejar las calles y las autopistas,
la naturaleza se asoma tímida a un planeta escondido.
No son los tiempos de la pandemia,
es la hora de la zarigüeya,
del puma del barrio chileno,
de los cisnes en los canales de Venecia,
de la transparencia de los mares que
dan luz al silencio de las rocas.
Es tiempo de los delfines en la bahía de Santa Marta.
He aquí un planeta embalsamado por la flema y la tos seca.
La casa puertas adentro no es un mundo acobardado,
decimos entre dientes,
la casa es una raza en cautiverio,
es el núcleo, el templo,
es el confín.
Abril 3 de 2020
Ilustración: «Offices at Nigth», Phill Lockwood. Homenaje a Hopper
Annabell hola!
Muy propicio poema para este tiempo que estamos viviendo!
Excelente reflexión que bien describe tu sentir de todo este suceso tan cruel e inesperado para todos nosotros.
En la casa de los cautivos se coló el mundo!
Abrazos!
Monique.
Enviado desde mi iPhone
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Gracias, Monique. Un abrazo.
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Me suena a una narración desde el interior. Calmada, por el tiempo de que disponemos en estos días, llevada a la observación callada. Ante la falta de miradas, sólo encontramos la nuestra y es la que escribe y describe lo que pasa, lo que nos pasa.
¡Qué suerte conocer a alguien que convierte en poesía todo lo que ve y toca!, así respiramos y nos alimentamos en los largos momentos de soledad y textos que desfilan delante de cada balcón de nuestra morada, pensando que la mejor posada es la que llevamos dentro. Hoy vuelvo a releer Los Miserables para tocar el suelo y desprenderme del ansia de lo material para cuando vuelva la normalidad tener algunos deberes hechos y me hago la reflexión que tocas «si es que volvemos a ser los mismos».
Gracias Annabell
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Gracias a ti, Luis Miguel. Qué alegría contar aún con tus visitas desde tan lejos y por tanto tiempo. Estos tiempos son para la lectura de libros inmensos en su poética, y sobre todo para hacer una lectura de nuestro interior.
Un abrazo.
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