Añoro los días en los que el mundo parecía ser justo. Añoro las pequeñas crisis disfrazadas de problemas reales, los deberes imaginarios, el closet cargado de promesas pueriles y una esperanza cualquiera. Lo añoro todo y lo aborrezco a la vez.
Damián era, sin duda, una añoranza. Yo no lo sabía. A él le gustaba creer que lo era y a mí me enorgullecía creerme una soñadora de casos desechables.
Le pregunté esa vez:
—¿Has aprendido algo de los genios de Guipúzcoa?
—Nada aprendí, ni aprenderé jamás —me contestó—. Ya sabré qué hacer con mi ignorancia, así que no intentes convencerme.
Aburrida, me crucé de brazos y dije:
—Típico.
Sin entender el sarcasmo, siguió de largo con su antidiscurso:
—Me gusta hacerme el idiota, ¿ves? Es una cuestión de comodidad. Además, no sé quiénes son los de Guipúzcoa. No quiero aprender, ¿captas? No quiero hacer de mí un genio: sólo soy un hombre.
Su respuesta fue como a estar sentada sobre un torniquete de acceso, así que giré mi vida y me retiré en paz. Es cierto —hemos coincidido al fin—, es inútil condenarle por su intransigencia. Sé muy bien que la nobleza no es absoluta y no dejará de ser así solo porque insista en creer en la justicia u otras ficciones similares.
Alrededor de toda esta basura logro comprender ahora cuánto valen mis restos. Triste pero necesaria parada en el camino para advertirlo. Todas estas cavilaciones mías son una parranda de sueños infantiles, el carnaval de mis pasiones, la comparsa de mujeres sexys vestidas de rojo que tanto me han hecho padecer con sus caprichos terrenales. He tomado un rubí y lo he puesto en mi mejilla… ¡Vaya, vaya: nada mal!
Al cabo de unos días las interrogaciones me chuparon las energías. ¡Pero hombre —exclamé—, la vida sigue! ¿Cómo he podido cegarme? ¿Cómo vine a dar a este basurero?
Saqué de mis restos una sortija invaluable. Yo, la caja de Pandora y dentro de mí una lucecita de esperanza.
¿No querrás volver a eso del chat, verdad Lolita_24? —me pregunté sentada frente al compu.
Demasiado tarde, el Anticristo49 me saludó. Debe ser un cuarentón, pensé. Algo de experiencia no me vendría nada mal. Internet no es siempre la mejor solución. Existe un mar de cosas allá afuera que debería estar aprovechando y, sin embargo, estas mediocridades me superan. ¿Qué esperanza puedo tener en esto? Debo salir.
—¿Te gusta Garbage? —preguntó el Anticristo49.
—“Stupidgirl” es mi canción.
—Veámonos
—Ni siquiera has dicho algo interesante.
—Las digo de frente. Veámonos.
—¿Dónde?
—En el Bahía.
—¿Para qué?
—Para conocerte, para qué más.
—Eres el anticristo.
—Es sólo un nickname. Vamos, nena. Acepta, debes ser muy bella.
—Lo soy 🙂
—Entonces, ¿nos vemos?
—Sobre la belleza me han escrito hasta tratados; en realidad, no me interesa conocerte. Soy una caja llena de rubíes.
—Estás locaaaa, locaaaaaa. Púdreteeeee>:(
—Ya lo hice. Te diré qué sucede después de la putrefacción: viene el salón de los espejos. Allí están el monje Shaolín, Sócrates y Jesús de Nazaret; Mahoma, el sabio Salomón de las iglesias cristiano-geométricas y la Madre Teresa de Calcuta; KailGibran y tú, José Obdulio…
El Anticristo49 ha abandonado la sala de conversación…
—Después de la soledad, vuelve la compañía. En serio, siempre vuelve, y algunas veces vuelve para tu desgracia. Todo consiste en saber girar sobre un planeta que gira y que a su vez gira en una galaxia que va hacia un infinito vertedero. Lindo.
Lolita_24 ha abandonado la sala de conversación…
Salí a la calle después de abandonar las mismas conversaciones de siempre. Un chico atractivo me mira desde la otra acera mientras come basura en uno de los andenes del centro histórico: amplia pasarela de vidas equivocadas y cauce de productos glandulares.
Entré a La Puerta Bar, bailé sola con varios vasos de Vodka. Un chico se me arrima, luego otro y después otro más. Es una danza lasciva, una noche de preámbulos al motel, según ellos. Hay una laguna después de esa danza ridícula. Me veo bebiendo abundante agua, uno de ellos fue a buscarme y entendí que no me aparté para beber sino para huirles.
Todos en la noche escupían agua, así que yo también le escupí al muchacho pálido de alcohol; su pelo se veía castaño por los reflectores amarillentos de la calle y su boca era una pequeña abertura sumisa al cigarrillo. La hazaña le pareció graciosa y sensual. Todo movimiento ajeno de lógica parece interesarles, es la brujería en las actitudes carentes de compromiso.
—Sigamos bailando. Vuelve a la pista. Los chicos están tristes.
—Una tristeza que baila…
—La noche es joven para seguir. Bailemos, comamos basura, escúpeme otra vez.
—Ya no tengo aliento para escupirte. Lamento desilusionarte.
Intentó besarme, así como intentan besar los ceniceros a las cajas de rubíes. Entonces me escabullí y salí del bar entre el sudor de la gente: entre tanta basura madrugando y tragando agua.
Decidí, después de bailar el himno nacional en el malecón, amanecer en la playa. Suspiré hondo para tratar de sacar algo del alcohol que etilizaba mi importancia hacia las cosas, y acostada en la arena vi que un sujeto parecido a la imagen que yo tenía en mi cabeza del Anticristo49, pasó de largo, y no pude evitar burlarme y seguirlo con la mirada. Allá va —pensé— en busca de Lolita_24. No es de ninguna manera un genio de Guipúzcoa. Es eso o nada de aquí en adelante.
Zombiezado, perdido tal vez, se dirigió al mar. La brisa, que nos aliviaba en aquel momento, no parecía tocar su pantaloneta verde desteñida ni sus piernas morenas y velludas. Las piedras en la arena ya no podían lastimarle los pies. Tampoco parecía inmutarse por la putrefacción que éramos en el momento. Su cabeza ya estaba salándose en el mar.
El sol salió resfriado esa mañana y mi versión material del Anticristo49 se desvaneció lenta entre potes y bolsas de plástico, entre latas y escombros, entre cadáveres de perros y árboles de sombra que arrojaba al mar un río avergonzado y enfermo de ciudad.
Santa Marta, 2010