En 1936, José Rafael Dávila y su familia de Santa Marta fueron a visitar a sus tías en Bruselas, ciudad donde residían desde hacía 14 años. Allí pasó ocho meses de vacaciones. Su estancia coincidiría con los Juegos Olímpicos de Alemania. Era un niño de 12 años cuando él y su familia, sentados a pocas sillas de Hitler, quedaron impactados no solo con la cantidad de banderas enarboladas con la cruz esvástica o con el dirigible Hindenburg que sobrevolaba el Estadio Olímpico de Berlín, sino con el carisma y fuerza del dictador alemán, quien aprovechó para vender en su discurso de apertura una poderosa y aria Alemania Nazi.

“Ni siquiera Mussolini era tan espectacular”, recuerda en el sofá de su apartamento de Santa Marta, 81 años más tarde. Después de su viaje a Berlín, visitaron Roma. Llegarían una mañana de agosto a la Plaza Venezia, lugar donde Mussolini ofrecería su discurso de bienvenida al ejército italiano, que había masacrado en Abisinia a millones de etíopes.

Las fotografías de sus viajes a Europa se conservan en los voluminosos álbumes familiares que José Rafael Dávila conoce al dedillo. De cada foto posee una anécdota. A sus 94 años evoca detalles de una noche de tormenta, en medio de la vastedad del Atlántico, a bordo del Queen Mary, un transatlántico recién inaugurado y famoso por su lujoso decorado art déco. En la Segunda Guerra Mundial, le recuerdo, el Queen Mary sería utilizado para transportar tropas australianas a los frentes de guerra.
Su hija Mercedes suspende la charla que sostenemos en la confortable sala de su apartamento, para ofrecernos algo de beber. Hablar con José Rafael Dávila es transportarse en una nave del tiempo sin posibilidad de regresar intactos del viaje. Mercedes me pide ayuda para acomodar uno de los pesados álbumes de fotografía que José Rafael sostiene en sus piernas. Con una mano pasa las páginas y con la otra sostiene su bastón, algo desgastado en el mango. ¿Cómo logra —me pregunto— recordar tantos hechos, opinar sobre los mismos y llamarme por mi nombre con tanta familiaridad, como si nos hubiésemos conocido en el siglo pasado?

“Háblale duro para que pueda escucharte”, me sugiere Mercedes. Trato de hacerlo pero José Rafael, concentrado en sus fotografías, me habla de la carta del menú del Queen Mary que acaba de encontrar en el álbum. La carta tiene fecha del 17 de octubre de 1936, momento en que el transatlántico regresa desde Londres al puerto de Nueva York.
“Conocí también a Leopoldo III de Bélgica, y después tuve la grata sorpresa de verlo aquí en Santa Marta. Deja que te cuente eso: él se bajó en Gaira. Acompañé a los periodistas de El Tiempo a cubrir la visita del rey. Eso fue por los años cincuenta, creo que en el 52. Por cierto, el rey Leopoldo estuvo en Cincinnati, la finca de la familia Flye en Minca, y también visitó la Quinta de San Pedro Alejandrino. Allá debe estar su firma en el libro de visitantes”, me explica sin que medie pregunta de mi parte.
RECORDANDO A “MAMITA YUNAI”
Las historias vienen a su mente con tanta velocidad que pasa de un siglo a otro sin darse cuenta, y tiene tanto que contar que es necesaria la intervención de Mercedes para moderar la conversación.
“No, papá: ella quiere que sigas contando sobre tu vida en Europa”, le aclara.
“Ah, la belle époque”, empieza diciendo. “Era más fácil viajar a Europa que viajar a Bogotá. Mussolini era muy teatral, lo recuerdo. Gaitán, que estudió Derecho en Roma, le captó muchos de sus trucos”. Me indica que el número de muertos en la plaza de Ciénaga, en 1928, fue algo muy exagerado, que “Gaitán, aprovechando la coyuntura política, hizo un gran debate al Gobierno de turno».

Sin más, pasamos de la historia universal a uno de los episodios más violentos de nuestra historia nacional. “Cada quien habla de la feria según cómo le fue en ella”, anota. Respecto de los hechos de la Masacre de las Bananeras, dice: “También vino María Cano, contagiando a los obreros con sus ideas marxistas. Había algunos descontentos, pero quiero aclarar que a los obreros de United eran los mejores pagados de la clase obrera en Colombia. Todo fue manipulado por el comunismo”.
Dávila considera que el episodio de la Masacre de las Bananeras requiere ser examinado con más objetividad. La mayoría de estudiosos están influidos, según él, por los historiadores comunistas, seudo-comunistas o izquierdistas.
Las Noguera Ángulo, tías de José Rafael, habían heredado fincas de banano. El comienzo del siglo XX fue una época de muchas facilidades y privilegios para los de su clase social. La United Fruit Company rentaba los predios de cultivos a los propietarios de las fincas a cambio de jugosas sumas en dólares. La mayoría de estos propietarios pertenecían a tradicionales familias de Santa Marta. Algunos eran descendientes de españoles, como los Dávila, herederos de familias dominantes pero con menor poder que sus homólogos de la aristocracia cartagenera o que los hijos de las nuevas fortunas acumuladas en Barranquilla gracias al comercio internacional. Otros beneficiarios, explica, fueron los militares liberales, que recibieron tierras como parte de los acuerdos de paz, una vez se firmó el Tratado de Neerlandia (1902), que buscó darle fin a la Guerra de los Mil días.

Dávila, al igual que muchos hombres y mujeres de su época, sigue pensando que la intervención de la United Fruit Company trajo prosperidad a la Zona Bananera. La compañía bostoniana abrió canales de riego, construyó puentes, trajo las telecomunicaciones tendiendo líneas telegráficas y estableció en la Zona los famosos comisariatos, que eran súper tiendas donde vendían los mejores y más sofisticados productos importados por la Flota Blanca desde los Estados Unidos. En los comisariatos, me dice, se vendían jamones, quesos, camisas Harrow, los famosos muebles Thonet que aún decoran las casonas de Ciénaga y Santa Marta, además de zapatos de finas marcas, cervezas, juguetes electrónicos, bicicletas…
“Por eso te dije que cada quien habla de la feria según le vaya en ella”, reitera. “En esa época se comía mejor aquí que en Bogotá, porque la United traía la mejor comida que existía, y los departamentos médicos eran de excelente calidad. El de Sevilla, el de Riofrío eran muy grandes y con toda clase de servicios”, puntualiza sin retirar los ojos de una fotografía en la que aparece un grupo de enfermeras y doctores norteamericanos sentados en el jardín del antiguo hospital de la United. Hoy funciona en la edificación la Clínica Cardiovascular de Santa Marta.
Los comisariatos han sido bastante estudiados por la economía y la historia. Está probado que los obreros, a quienes la United pagaba los jornales con vales, solo podían adquirir con ellos bienes de consumo básico.

YO VIVÍ LA BRUSELITIS
Con sus tías conoció Bélgica, Francia, España, Alemania, Italia, Suiza, Holanda, Luxemburgo, Inglaterra y Austria. El dólar estaba a la par del peso. Quienes tenían negocios con la United Fruit Company podían tomar un barco de la Flota Blanca con rumbo al puerto de Bruselas o Ámsterdam. En Bruselas vivían las adineradas familias samarias y cienagueras: los Riascos-Labarcés, los Pinto, los Dávila, los Noguera, los Henríquez, los Morán, los Álvarez-Correa y mucha más gente a la que los negocios con la “Mamá Yunai” le permita tales privilegios.

Era la época de la llamada “bruselitis”, una expresión derivada de palabra brucelosis (enfermedad del ganado), acuñada para bautizar la costumbre de la élite local de vivir en Bruselas, Bélgica. Las rentas que la compañía bostoniana pagaba a estos empresarios eran giradas en cheques en dólares a Bruselas, Nueva York, París, Londres, Ámsterdam o a cualquier ciudad donde residieran estas familias. Gracias a estos dineros construyeron grandes mansiones de aspecto neoclásico a imitación de los barrios victorianos de Londres de la segunda mitad del siglo XIX. En la Avenida del Libertador de Santa Marta y en el Centro Histórico de Ciénaga, aún se pueden apreciar espectaculares fachadas de este tipo de arquitectura.
(Ver: La «Bruselitis» y la dolce vita de la élite bananera)
“Yo tuve la suerte de vivir la bruselitis”, dice José Rafael. “Todo era dolce vita. Una época deliciosa. En fin, una cosa que no volverá a suceder”, puntualiza.
De la bruselitis recuerda a otras familias aristocráticas que también disfrutaron de las bondades de Mamita Yunai: “Carlos Olarte, un hijo de don Pacho Luis Olarte, hermano de María del Carmen, se casó con una mujer bellísima llamada Susana, quien llegó a ser Miss Belga. Recuerdo a Rafael Lafaurié, bacteriólogo; a Armando L. Fuentes, abogado; a la familia Fuentes-Guardiola. El abuelo de ellos vivió en Bélgica. Darío Hernández Díaz Granados, el famoso pianista que estudió en el Conservatorio Real de Bruselas, fue un artista interesante, pero cometió el error de quedarse a vivir en Santa Marta. El general Ramón Demetrio Morán de Ciénaga, sí se quedó en Bruselas, murió allá. Ramón dejó descendencia: entre ellos los Sumbatoff”.
(Ver: Los potentados del banano en tiempos de la United)
Su memoria y su habla son incontenibles. Busco la mirada de Mercedes en señal de ayuda. Es mucha información que me cuesta asimilar y anotar en mi cuaderno de apuntes. Afortunadamente, pienso, mi grabadora tiene batería de sobra.

La dolce vita duró cerca de medio siglo. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) supuso, con la interrupción del comercio bananero, un duro golpe para la economía y la vida de placeres de las élites locales. El golpe definitivo comenzó con el Mal de Panamá, enfermedad que afectó el cultivo de banano Gros Michel, siendo uno de los motivos para que la United se trasladara a la Zona de Urabá, donde, además de haber tecnificado el transporte de frutas, sembraban una especie más resistente a las enfermedades y los vientos. Se volvió costoso sembrar en la Zona Bananera. “Las tierras —anota José Rafael— eran menos productivas, tampoco había plata para tecnificar las fincas a la velocidad que exijan los mercados e imponían los competidores de Urabá y Ecuador”.
Los espejismos, a finales de la década de 1960, se desvanecieron delante de los ojos melancólicos de los aristócratas arruinados. La bruselitis pasó a ser un recuerdo increíble y tema de las obras de escritores como Álvaro Cepeda Samudio (La casa grande, 1962). El mismo Gabriel García Márquez fabuló el fenómeno en Cien años de soledad (1967), representándolo en Amaranta Úrsula, la chica flapper inspirada, tal vez, en Úrsula Revolledo: la joven más extrovertida y audaz de la Zona Bananera de aquella época.
(Ver: La ‘Yunai’ en la literatura latinoamericana)
“Fue la debacle —se lamenta José Rafael—: se vivía muy estrechamente. Al menos mis tías tenían El Alambique. Era una finca que comprendía lo que hoy son los barrios Los Ángeles, Bavaria y La Esperanza en Santa Marta. Colindaba con El Piñón, propiedad de José Francisco ‘Chepe’ Riascos; aún existe con una casa colonial allí”, aclara. De hecho, desde el balcón de su apartamento en el edificio Torres del Mayor, logra verse la quebrada Tamacá y la entrada de la hacienda El Piñón entre los urbanizados predios que un día pertenecieron a la aristocracia criolla. En efecto, esta hacienda, hoy casa de residencia de los Zúñiga-Riascos, queda en el popular barrio Ciudadela 29 de Julio, en cuyas calles crecí.

“Mis tías”, regresa la voz de José Rafael, “tenían en El Alambique hortalizas y unas vacas. En la época en la que se dejó de exportar banano, nos mantuvimos con una lechería”, precisa.
Fue una época crítica para la economía y la sociedad bananera. La suspensión de la producción y el envío de banano a Europa y Estados Unidos significaron un fuerte golpe para el empleo y el consumo, como han insistido algunos estudiosos. Miles de hectáreas (más de 15 mil) fueron presas de la maleza y las enfermedades, y miles de obreros de las fincas, el ferrocarril y el puerto de Santa Marta quedaron cesantes. Esto explica que, durante el gobierno de Eduardo Santos (1938-1942), se aprobara para el Magdalena, siendo gobernador José Benito Vives (1939-1941), un plan de fomento para mitigar el desempleo de los obreros. Este plan estuvo compuesto por una serie de obras como El Teatro Santa Marta y el Hotel Tayrona en la capital del departamento, y el Hospital San Cristóbal y el Hotel Tobiexe en Ciénaga, entre otras.
Los hombres del banano, tanto en Santa Marta como en Ciénaga, añoraban el regreso de la United, como escribió Cepeda en su columna “Al margen de la ruta”, luego de una de sus visitas a Ciénaga: “Este hombre arruinado que va a la playa a soñar con el fin de la guerra y la vuelta a la holgura con el regreso de la Compañía Frutera, ve surgir del seno de su mar, en vez de la redada rica en peces que brillan al sol, el espejismo ilusorio de la mata de guineo”.
Pero Dávila no solo tiene testimonios de los beneficios de la bruselitis para su clase social. Los obreros, según él, también tuvieron su bruselitis. “Vivían tan bien que algunos hasta tenían dos mujeres de planta”, dice. Era corriente que después del pago de quincena, los trabajadores, braceros y operarios del ferrocarril salieran a las cantinas y bares de Santa Marta a beber, jugar cartas y ruletas, además de requerir servicios sexuales.

Me hace ver que los más famosos prostíbulos, en los primeros sesenta años del siglo XX, estuvieron ubicados en Santa Marta en las calles 8 —calle de las Piedras— y 11 —calle Cangrejal—.
“Las prostitutas eran muy deseadas por clientes de todas las clases sociales”, recuerda. “Algunas eran muy llamativas y vestían a imitación de sus homólogas francesas de los bares de Montparnasse, pero eran colombianas a pesar de sus fingidos acentos”, precisa.
Pero no todos los obreros y operarios participaban del espejismo. Muchos apenas ganaban para comer guineo de rechazo con pescado, sobre todo los que residían, en precarias viviendas, en los límites del puerto y el desaparecido barrio El Ancón.
UNA ADOLESCENCIA EN EL BALNEARIO
La adolescencia de José Rafael estuvo marcada por la belle époque del banano. Los atardeceres en el camellón de la bahía, la pista de patinaje y la galantería están en la memoria de los de su generación. Los jóvenes iban vestidos de lino y sombrero para enamorar a las muchachas. Ellas, vestidas con trajecitos de muselina y sombreros de ala ancha, sólo podían estar allí hasta las seis de la tarde. El punto de encuentro solía ser el desaparecido Club Balneario, ubicado en la carrera 1ª, sobre el malecón, en los límites de las actuales instalaciones de la Sociedad Portuaria de Santa Marta.
“Los bañitos eran de estilo cubano, muy bonitos. Tenían una especie de camarotes para bañarse. Había restaurantes, heladerías y bares frente al mar”, anota con precisión.

En una ciudad de pocos atractivos turísticos, el Club Balneario era lo in. De la imponente infraestructura solo quedan viejas fotografías de archivo, y tuvo que ser demolido para ampliar el puerto marítimo de Santa Marta. Este club fue construido en 1930 por la familia Dávila-Riascos. En 1949, siendo Mariano Ospina Pérez el presidente de Colombia, Jorge Leiva, ministro de Industria y Comercio, supervisó personalmente la demolición de este atractivo.
“Recuerdo que el ministro dijo: ‘Voy a Fundación en tren; de regreso, este balneario debe estar tumbado’. A su regreso lo habían demolido. Nos quedó solo la Estación del Ferrocarril, que era el centro de la vida económica de la ciudad”, agregó.
José Rafael destaca de sus recuerdos en el Club Balneario la existencia de una pista de patinaje. La recordada pista sería para los de su generación, un escenario en el que la música, la moda y el boom de los patines marcaron la belleza de los soñados años cincuenta, una vez la reanudación del negocio bananero trajo un nuevo aire a la aristocracia samaria, en lo que sería la última fase de la Bruselitis, sepultada, a principios de los setenta, por la fiebre de las Rangers y los gatillos, instrumentos mortales de la Bonanza Marimbera (1976-1985).

“Ombe, Santa Marta era mejor antes”, insiste José Rafael. “La sociedad era muy pacata; sí, pero muy sana. Uno iba a charlar con las amigas en el camellón. Ellas lucían sus mejores trajes. Todo era muy diferente, nos tratábamos con mucho respeto. Los hombres nos quitábamos el sombrero para saludarlas”.
Santa Marta era conocida como la ciudad de los pianos, los muchachos se lucían en sus patines y las mujeres, tocando por las tardes un piano de cola en sus casas.
“Pero eso ya no volverá más —agrega— acabaron con el balneario y también con el barrio El Ancón y con Taganguilla, que eran tan bonitos que la vez que fuimos a Capri, Italia, dijimos que El Ancón era más hermoso”, remata algo fatigado, pero con la mente y el cuerpo transportados a sus vacaciones europeas de 1936.
EL INFORMANTE DE RAMÓN ILLÁN BACCA

Llegamos a un tema ineludible, la amistad con su primo Ramón Illán Bacca, de cuya obra José Rafael es informante de primera mano y personaje.
“Sí, mi primo Ramoncito es un hombre muy valioso. Un escritor con un registro muy personal en la literatura colombiana”, me dice. “Como yo soy mayor que él, me ha tocado toda la vida aclararle episodios de la vida familiar y la vida de la ciudad, que él ha sabido utilizar con mucha gracia en sus novelas, cuentos y crónicas”.
Se queda pensando un momento, escarbando en sus recuerdos. Al fin expresa: “Él me ha hecho el favor de incluirme en uno de esos cuentos”.
Ramón Bacca es primo de José Rafael y fue criado y educado por las mismas tías Noguera Angulo, “las tías victorianas” a las que se refiere Ramón Bacca en “Notas para una improbable autobiografía”. José Rafael y Ramón crecieron en la Calle del Pozo (calle 18), entre 4ª y 5ª, del Centro Histórico de Santa Marta, sector donde vivían los potentados bananeros en sus cómodas casas republicanas. Ramón es un escritor clave para entender las intimidades de la bruselitis y de la vida de la élite en Santa Marta:
“Este mundo con películas de Shirley Temple y con un retrato de la reina Astrid de Bélgica en la sala, afortunadamente era contrapesado por los dramones mejicanos que veía en el gallinero del ‘Rex’ (teatro), al que llegaba por las noches escapándome por el techo”, escribe Bacca.
Algunos cuentos en donde examina la vida de esplendor y afugias de la élite samaria son: “Si no fuera por la Zona, caramba”, “El príncipe de la baraja” y “En la guerra no hay manzanas”.
En “Si no fuera por la Zona, caramba”, por ejemplo, Bacca recrea con sorna el famoso baile que la sociedad samaria organizó en honor a Cortés Vargas, en el Carnaval de 1929, meses después de la masacre de las bananeras:
— ¿Esta gente está loca, no? ¿Cómo se les ocurre hacerle un homenaje a un carnicero de éstos?
Pero su tío y dueño del único periódico de oposición, el Fiat Lux, no le acompañó en la indignación, sino con voz tranquila le respondió:
—Te entiendo perfectamente, pero tenemos que ir.
(…)
— ¿Si vamos al homenaje cómo vamos a explicar el cambio de posición a nuestros lectores? —le dijo.
—Cuando apoyamos la huelga era otro momento. A los comerciantes nos interesaba que desaparecieran los comisariatos. Pero después de lo que pasó las cosas han cambiado.
Y añadió:
—Recuerda que lo que nos da de vivir es el almacén, no el periódico”.
Ramón Bacca, como puede observarse en su texto, saca a relucir las contradicciones de la élite samaria y se aparta del pensamiento dominante en su familia.
“Las tías nunca vieron bien que Ramón escribiera; ellas lo educaron para que fuera abogado y un alto funcionario del Estado”, me comenta en voz queda, como si fuese un secreto de inteligencia. “El salió nadaísta y escritor”, remata de buen humor. “Yo siempre lo apoyé. Repito, es un hombre valioso”.

Su respuesta alude a los años en que Ramón Bacca estudiaba Derecho en Medellín y entró en contacto con algunos miembros del nadaísmo, entre ellos Gonzalo Arango, el líder espiritual de esta mediática secta literaria.
LA POESÍA Y LOS CARRANZA

Desde su adolescencia, José Rafael leía toda la poesía moderna que se le cruzaba en el camino. Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Gustavo Adolfo Becker, José Asunción Silva, Federico García Lorca, Pablo Neruda y el colombiano Eduardo Carranza siguen siendo sus autores favoritos. La biblioteca de su habitación conserva obras de estos queridos nombres.
El poeta Carranza, profesor suyo de Literatura en el colegio La Quinta de Mutis de Bogotá, fue uno de sus grandes amigos. De él y su hija, María Mercedes, guarda muchas anécdotas.
“Ellos me apreciaron mucho. De qué no hablaba yo con Eduardo Carranza. No soy escritor ni nada, pero viví la poesía íntimamente por él. Al maestro Carranza lo inspiraban las cosas sutiles”, me explica señalando una foto del poeta sentado en La Sibara, finca de Minca, propiedad de José Rafael.
“Allá —observa— viendo el cielo y las montañas, fue donde se inspiró para escribir su poema ‘Azul de ti’”. Apartando la mirada de su álbum y cambiando el tono de su voz, recita de memoria los primeros versos del poema: “Pensar en ti es azul, como ir vagando / por un bosque dorado al mediodía: / nacen jardines en el habla mía / y con mis nubes por tus sueños ando”.

En los recuerdos de José Rafael vaga el poeta Carranza inspirándose en las heladas aguas del río Minca y en los atardeceres de Taganga, donde el escritor tuvo una casa, exactamente en Playaca, una de las playas de este balneario. Entre las fotografías más famosas de María Mercedes Carranza en su juventud, hay una que le tomó el mismo José Rafael Dávila en Taganga. En ella, María Mercedes luce un sombrero de flores de papel y lleva el cabello sobre el rostro sonriente. Ya para entonces ella escribía poemas, me confirma.
“Siempre he lamentado que a los Carranza nos les haya ido bien en Taganga. A su casa le arrojaban piedras, intentaron desvalijarla y por ese motivo tuvieron que mudarse”, confiesa.
A sus años, no lee mucha poesía, pero sí escucha poemas en las voces de sus autores. Posee una larga colección. Me regala, precisamente, un CD con poemas de su amigo Carranza.
LA GESTIÓN CULTURAL
Al regresar de Bogotá, a finales de la década de los cuarenta, José Rafael Dávila se convirtió en uno de los gestores culturales más proactivos de la ciudad. Su amor por las actividades de la cultura y el arte lo debe en parte a sus viajes a Europa, a su amistad con importantes escritores colombianos, pero sobre todo al impacto que produjo en él la conmemoración de la muerte del Libertador Simón Bolívar en 1930, cuando solo era un niño de escasos siete años. Para él no ha habido en Santa Marta un evento similar.

Con la inauguración del Teatro Santa Marta en 1949, un grupo de samarios se une para crear la Sociedad de Amigos del Arte, la cual obtuvo interesantes logros para la escena cultural local. José Rafael Dávila —vicepresidente de la sociedad—, el médico Orlando Alarcón —presidente— y otros samarios de la época trajeron de Europa importantes compañías de teatro, de ballet y célebres músicos para amenizar el calendario del Teatro Santa Marta. En la Sociedad de Amigos del Arte figuraron, además, Alberto Castañeda, Rosario Campo, Francisco Loeble, Rita Armenta de Dávila y Hernando Pacific Robles. Sus actividades se extendieron hasta mediados de los años setenta.

Gracias a este grupo de gestores culturales, en el Teatro Santa Marta se presentaron recitales de La Orquesta de Praga, el pianista Daniel Abrams; los violinistas Lewkowickz y Olav Roots, quienes una década después de inaugurado el Teatro engalanaron esos últimos años de lujo y esplendor de la bruselitis.

José Rafael Dávila conserva en sus álbumes los carteles publicitarios que invitaban a los samarios a ver “las presentaciones del Ballet de París de Miskovitch en 1959; la Orquesta de Arcos de Milán, 1960; el concierto del pianista Alfred Brendel, 1961; el concierto del pianista Harold Martina, 1974, y la presentación de la Orquesta Sinfónica de Colombia, 1975”, como registra el arquitecto Ospino Valiente, un estudioso de esta época, en su libro El Teatro Santa Marta, ícono cultural de Santa Marta.
Además de promover la cultura en Santa Marta, la Sociedad de Amigos del Arte, con Rafael Dávila como vicepresidente, crea el primer cine club de la ciudad, inaugurado con obras maestras del surrealismo italiano. Recuerda con mucha picardía la película francesa Los tramposos, dirigida por Marcel Carné.
AQUELLA PARRANDA VALLENATA EN ARACATACA
A José Rafael Dávila y al joven Gabriel García Márquez los unía el pasado. Unos meses antes de que Gabo publicara Cien años de soledad (1967), se reencontraron en Aracataca en el Festival “Aquella Parranda Vallenata”, de la cual quedan unas tiras de fotos que José Rafael Dávila capturó.

“Yo conocí a Gabito en Bogotá, en el año 45. Inclusive, él estudiaba en Zipaquirá, pero llegaba a visitar a sus amigos costeños en la residencia donde yo vivía, ubicada en la calle 15 Nº. 10-96, una casa vieja donde vivió Marco Fidel Suárez después de ser presidente. Yo era el único samario. Gabito iba los domingos y festivos a verse con sus paisanos que vivían allí”.
Los Dávila y la familia de García Márquez eran oriundos de Barrancas, La Guajira. Un pasado del que José Rafael tiene consciencia porque la misma Luisa Santiaga, madre de Gabo, le dijo, la última vez que lo vio, que cada vez se parecía más al viejo Rafa y que gracias a ella sus padres se enamoraron. “Yo era la que le llevaba los papelitos a tu mamá cuando vivíamos en Santa Marta”, le decía la madre del novelista siempre de buen humor.

En un viaje de regreso a Santa Marta, en el barco David Arango, Gabo y Rafael se encontraron y hablaron de la familia y la amistad. Eso sería antes de volver a reencontrarse en Aracataca en el año 1966.
“Yo fui a Aracataca, en compañía de Jaime y Luis Enrique García Márquez, porque Gabito llegaba de Cartagena a su tierra natal, invitado por su amigo José R. Durán Porto. Armado de mis cámaras, fui a saludarlo y le hice varias fotos. Estaban con él Rafael Escalona, Nicolás “Colacho” Mendoza y Álvaro Cepeda Samudio. Recuerdo perfectamente a este último: un hombre fabuloso, lleno de energía”, dice.
José Rafael Dávila fue el fotógrafo oficial de ese evento. Esta parranda fue financiada por la cervecería Águila, del empresario Julio Mario Santodomingo. Su hermano, Alberto Mario, estuvo en representación de la empresa. Los Santodomingo eran amigos de Cepeda Samudio, organizador del evento junto a Rafael Escalona y Gabo. También asistieron a esta parranda los acordeoneros Alfredo Gutiérrez, Alberto Pacheco, Julio de la Ossa, Armando Zabaleta, Luís “Mello” Pérez y Andrés Landero, mucho de los cuales fueron reyes vallenatos, recuerda José Rafael con nostalgia y orgullo de haber vivido uno de los momentos más interesantes en la historia de la música vallenata.
Allí, en esa famosa parranda —según carta de Jaime García Márquez—, José Rafael y Gabito “garrapatearon la idea, por vez primera, de crear el festival de música vallenata”, que tuvo su origen dos años más tarde”, en 1968, durante la gobernación de Alfonso López Michelsen.

“Al día siguiente”, me explica guardando la carta, “Gabo vino a Santa Marta a visitar a su prima Aida Luz, esposa de Pedro Segrera, y me dijo que quería conocer Taganga”. Ese paseo es el origen de la foto que le hizo a Gabo acompañado de Alberto Mario Santodomingo y una amiga de este último. “Nunca la he dado a publicar”, me aclara, “Hazlo tú”.

Ya casi son las cinco de la tarde y “Rafa”, como cariñosamente le llaman, empieza a mostrar señales de fatiga. Haber hecho memoria constituye un gran esfuerzo para su avanzada edad. Entiendo que necesita descansar y procedo a despedirme. Mercedes le recuerda que es hora de su medicina. Extendiéndome la mano, me agradece la visita. Me dice sonriente que vuelva cuando guste, que sus álbumes y su memoria siempre estarán disponibles para mí, al igual que su preciada biblioteca.
Excelente, mi apreciada Annabell. Felicitaciones, mujer
Me gustaMe gusta
Maravilloso ,mientras lo leía me parecía verlo !!
Me gustaMe gusta
Gracias por compartir este escrito que nos permite adentrarnos en muchos aspectos de nuestra historia. En el relato hay de todo y para todos; desde la visión aristocrática sobre Las Bananeras y el vistazo infantil a la Europa de Hitler y Mussolini hasta las tardes marinas escuchando el rumor de las olas en la bahía la bahía de ese entonces.
Me gustaMe gusta
Excelente articulo, ¡mis más sinceras felicitaciones!. Y como dicen, recordar es vivir. Qué lástima que Santa Marta hoy sea otra ciudad a la que fue por muchos años, tanta cultura e importancia a nivel nacional y en la región Caribe, y mirar en lo que se ha convertido, la máxima expresión de la pebledad, la incultura, la intolerancia, la violencia, la corrupción… Cómo nos han robado la ciudad los mal llamados descendientes de esas familias alguna vez llamadas cultas, la bahia como nos la robaron con la famosa Marina que solo favorece unos pocos, el centro histórico convertido en una expresión repugnante de la mala administración. En fin, un cuento de no terminar nunca. ¡Santa Marta, ya está bueno de tanta vaina, levántante, combate a toda esa lacra, y conviértete en grande otra vez, juntos todos podemos!
Me gustaMe gusta
Buen artículo-. Apreciado banco de memorias y fotografías del desarrollo económico, histórico cultural de Santa Marta. Se aprecia más al saber que solo es una fracción de recuerdos comentados, editados aquí, desprendidos de una fuente mayor, propiedad del Señor, José Rafael Dávila. Vale la pena un libro completo.
Me gustaMe gusta
Me transportó al pasado, quizás donde no estuve pero hubiese querido estar para conocer a través de tan agradable relato, lo hermoso de aquel antes que ya no volverá.
Me gustaMe gusta
Hay un aporte adicional de parte de mi amigo Urbano De La Hoz Lomanto (pariente de Don Ramón) sobre este excelente articulo en referencia en el apunte: «El General Ramón Demetrio Morán de Ciénaga, sí se quedó en Bruselas, murió allá. Ramón dejó descendencia: los Sumbatoff”, Urbano ilustra que el General Ramón Demetrio Moran, todos sus hijos fueron naturales y todos reconocidos, pero una hija en particular no lleva su apellido porque «fue bajo cuerda» de un matrimonio, sin embargo ella fue siempre aceptada y reconocida cómo hija de Ramón Demetrio hasta el punto que recibe herencia e incluso es la que mas viaja a Europa. Ella se casa con el Sr. Sumbatoff y tienen un UNICO HIJO que es Nicolas Sumbatoff Bolaños, todos los demás hermanos Sumbatoff no son descendientes de Ramón Demetrio, por tanto, allí el Don Rafael Davila no es preciso al decir Sumbatoff en plural, acota Urbano.
Me gustaMe gusta
Annabell, valioso trabajo para una ciudad que siempre será amada por quienes apreciamos lo que significa está región. Continúa está tarea, que te encanta y lo haces muy bien. Abrazos
Me gustaMe gusta
Excelente reportaje, querida Annabell, tú eres una gran periodista, además de maravillosa poeta.
Gracias por colmarnos de tan valiosos conocimientos de nuestra propia tierra.
Abrazos,
José Luís Diaz-Granados
Me gustaMe gusta
Un aporte importantísimo, gran trabajo Annabell, felicitaciones, va un abrazo….
Me gustaMe gusta
Annabell Manjarrés, excelente reportaje. Desde la primera vez que leí tus cosas supe que eras genial.
Me gustaMe gusta
Annabell sigue escarbando en la memoria de su región y se sorprende con informes de primera, como los que ofrece el Maestro y amigo José Rafael Dávila, último de los testigos de la historia del país… Gran acierto. Felicitaciones!
Me gustaMe gusta
Excelente Annabell, el retrato de una época desaparecida y de la que solo queda en el imaginario lo que contaban nuestros mayores.
Me gustaMe gusta
Felicidades Anabell, excelente como siempre, un material ligero, digerible y entretenido, me gusta mucho leer tus publicaciones y mas las asociadas con este tema, en ciénaga todavía quedan personas que puedan nutrir tu saga de reportajes y quizás ampliar mucho mas este tema. Es mas, hay una señora que se llama Isabel del Gordo, tiene al rededor de 105 años de edad y tengo entendido que se conserva lucida, de pronto quieras conocerla.
Saludos y ojalá sigas trabajando en esta temática.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias, José. Por supuesto, el tema me interesa. Ojalá la señora esté en condiciones de concederme una entrevista. Saludos.
Me gustaMe gusta
Felicitaciones .Excelente reportaje testimonio de Jose Rafael sobre vida y familias de las cuales estoy unida a 2 por padre y madre .Excelente escrito y recuento de historia de nuestra Ciudad. Memoria impresionante.
Me gustaMe gusta
Estupendo reportaje. No sabía que el viejo Rafa era la memoria de ese lenguaraz de Ramón Illian Bacca. Felicitaciones muy especiales a todos.
Me gustaMe gusta
Hola Annabell, por que editaste la imagen de la Foto «paseo familiar en Bahía Concha», nos interesa mucho apreciarla tal y como estaba en la publicación inicial de tu artículo. Gran abrazo.
Me gustaMe gusta
Hola, Juan Carlos, buenas noches. Ramón Bacca solicitó la edición. Gracias por leer y comentar. Saludos.
Me gustaMe gusta
Interesante evocación de una lúcida mente.
Apellidos para mí familiares, hechos o situaciones eschadas de la voz de mi padre, ya fallecido, Francisco Fadul Cessin, hijo de inmigrantes libaneses, radicados en Aracataca, corazón de la » Zona bananera».
La United Company cómo decía él y en mis recuerdos de niña, ese sitio especial donde vivían los «gringos»… Los Cocos…
Felicitaciones por tan completo relato, detalles desconocidos por muchos de la vida de esa «bella época».
Cuando el señor Dávila habla de esa «parranda Vallenata» en Aracataca, recuerdo que tuve la ocasión de presenciarla.
Yo vivía en la casa de mi tía Catalina Fadul, esposa de José Manuel Porto Correa quién fuese amigo de infancia de Gabito.
Y allí en casa de mi tía, durante el almuerzo que ofrecieron a sus amigos, tuve el honor de conocer, a quién más tarde sería el primer Nobel de nuestro país, al igual que Rafael Escalona y otros personajes, cuyos nombres se pierden en mi memoria.
De eso hace 51 años… Ayer.
Me encantó leer su artículo. Gracias por este «viaje al pasado».
Me gustaMe gusta
Muchas gracias, señora Miryam, por su valioso comentario.
Me gustaMe gusta
AnnabellMF un gusto conocerte así sea por este medio. Maravilloso relato de una época de antaño, que no alcancé a vivir pero parte de mi familia si. Nombras al General Morán, hermano de mi madre, Clara Elisa Morán. Yo de niña recuerdo que le leía las cartas que el tío le escribía desde Bruselas, con una letra inmensamente bella, en papel de seda y palabras de poeta. Me cuentan que era un hombre muy apuesto y demasiado varonil. Que agradable leerte. Espero algún día conocerte. Viví décadas en Santa Marta, pero por circunstancias tristes que no vienen al caso, vivo en USA con una hija. Bendiciones y te deseo la mejor de las suertes, en tu linda e interesante profesión.
Cordial saludo.
Chechy Lomanto .
Me gustaMe gusta
Chechy, muchísimas gracias por tu comentario y compartir tu experiencia. Es interesante lo que me cuentas. Ojalá podamos vernos cuando estés por acá. Me gustaría escucharte. Gracias por leer. Un saludo fraterno.
Me gustaMe gusta
Sabroso, delicioso relato de mi amigo José Rafael, soy amiga de su adorable hija MercY ! El siempre dulce y ameno al rememorar la historia de la bella Sta Marta ! abrazos Jóse estás en mi corazón ! bss marijó Cabas.dsde bBs Asa.
Me gustaMe gusta
Solo nos queda soñar con esta Santa Marta. Que en paz descanse.
Me gustaMe gusta
Que excelentes relatos de nuestra santa marta, conocer la belle époque bananera!
Te agradezco Annabell por no dejar desvanecer en el tiempo y el olvido todos estos buenos recuerdos de esta memoria madura de don jose, que nos traen tan sabrosas anécdotas tan vividas como un atardecer fresco y muy samario de noviembre.
Me gustaMe gusta
Las memorias de los hombre con sus recuerdos y vivencias desaparecen con el ser vivo al morir y tu lograste recoger esa vivencias y recuerdos plasmándolo en un estupendo reportaje que al publicarlo ha pasado a la inmortalidad de nuestra cultura samaria. Tuve el honor de realizar varios conversatorios con Don José Rafael y muchos detalles de algunos personajes fueron suministrados por él y están consignados en un trabajo inédito que estoy realizando . Mis felicitaciones
Me gustaMe gusta
Felicitas a tan avezada periodista , una magnifica pluma y una forma amena de contar la s historia.
Me gustaMe gusta
Exelente historia , crecí con todos esos cuentos , conocí a muchos personajes importantes de la época de la united fruit company del magdalena , mi abuelo haim Álvarez-Correa era agricultor bananero y cienagero , de modo q la historío me es muy familiar , también he leído a Gabriel García Márquez , conocí en persona a Don Luis Alberto santodomingo dueño de oh las inn , vivía en el paseo bolivar y conozco sus hijos , leí a Ramón Ilian Bacca , escritor samario y en una de las fotos del artículo de la bruselitis, sale mi primo Alonso correa Diaz granados Qepd , con sombrero y rodeado de amigos, el banano nunca ha dejado de existir en mi canasta familiar y la buena lectura , mil gracias.
Me gustaMe gusta