Poemas de Annabell Manjarrés Freyle

Annabell Manjarrés Freyle

(Gaira, 1985)

Periodista, poeta y narradora. La  Gobernación del Magdalena  le concedió el primer lugar en poesía y el segundo en cuento en el Concurso de Poesía y Cuento Joven 2013. Es Premio Nacional de Cuento Bueno y Breve, de la revista El Túnel, de Montería, 2015, certamen que ganó con el texto «El hombre en su jaula». Autora de tres poemarios inéditos: Espejo Lunar Blanco (2010), Óleo de una mujer acosada por el tiempo (2013) y Animales invertebrados (2017); este último trabajo ganó el premio internacional de poesía Voces Nuevas de Ediciones Torremozas (Madrid, España), 2018.  Poemas suyos han sido traducidos al inglés, al catalán, al francés y al italiano, y figuran en diversas antologías  nacionales e internacionales

  


Una soledad anfibia

Una mañana puede desprender
 las cáscaras de la que ayer suspiró y lamentarse bajo las sábanas.
 Se pone de pie una máquina de carne sin el fantasma orgulloso,
 renunciando al sueño unos minutos más
 bajo las sábanas, bajo el tapete, bajo una culpa desconocida.
 Al lado, en la mesa de noche,
 una tacita sin té ni tinto te abre los brazos y dice:
 “Sube la roca hasta lo más alto, pequeña Sísifo”.
 Sabes que a nadie servirá ver una roca en la cima
 pero los dioses obligan.
 Sobrescribir tu nombre encerrándolo en un círculo
 no devolverá a la que ayer suspiró.
 Tu nombre es tu vestido,
 tu apellido, tu chaqueta:
 Annabell Desnuda Manjarrés Freyle.
 Y, por supuesto, tus zapatos no son tu destino,
 pero pueden andarlo.
 Has visto adormecer el tiempo,
 oh sí que lo has visto:
 el cuerpo virar hacia un rincón,
 en el intento de reconstruir los discursos de la que ayer suspiró.
 Y quien hoy suspira suplica dormir todas las ganas de volver
 y adormecer el deseo infantil
 proyectado en sábanas acogedoras
 e ilusiones portátiles.
 Sería más fácil acostumbrar el deseo a lo próximo o aniquilarlo
 para que los días de agua o de tierra sean excelentes.
 Tender la cama, en todo caso,
 será como vestir el nombre
 de quien a solas recibe tu cuerpo.

Una desempleada

Caen de los árboles gotas de las lluvias de ayer.
 Sentada en una banca oigo la conversación
 ilustre de los pájaros.
 Busca oficio, dicen mis colegas serviles y encorbatados:
 No todo lo que tiene garras vuela, respondo.
 Las nubes de Santa Marta esconden el sol en Escorpio
 mientras la luna es una impostora:
 la tuerta y felina mirada de la noche.
 En mi espalda se arrugan unas saladas plumas de ángel:
 deberían saber del torpe crepitar de estos tiempos.
 Sigo esperando, sin suplicios, una ayuda mundanal.
 La nicotina prometió calmar la imaginación,
 los albores indigestos.
 He perdonado al cielo por esconder el coraje de noviembre,
 he levantado la mano a todo signo de autoridad.
 Para absorber la alegría del viento
 no basta con bostezar:
 es más honesto creer en las motivaciones del aire,
 en el periódico levitando en la Calle Veinte,
 en el danzar de los trupillos en una plaza testimonial.
 Doblemente eficaz para saltar las aguas negras,
 gano tiempo raspando
 los números de mi cédula como en una lotería.
 Esta ciudad en remojo niega
 el juego tramposo de mis afanes.



Ciudad del tiempo perdido

Compartiremos el desayuno con las moscas
 leeremos los titulares rojos y los amarillos
 juntaremos nuestros odios frente a un pick up
 devolveremos al mar lo que la vida nos trajo
 construiremos sobre pesados sueños
 excusas de fantasía
 nos levantaremos a ocupar lugares
 y claudicaremos ante las sátiras
 procrastinaremos hasta que la vejez nos agrie
 añadiremos sabor a lo que nos sabe a certidumbre
 responderemos No sin que nadie al otro lado nos pregunte apenas
 olvidaremos el solsticio por obviedades
 nos alzaremos para ponernos la camisa
 preguntaremos a Dios por qué el domingo y no el lunes
 escupiremos al suelo palabras redentoras
 amaneceremos sin saber para qué o hacia dónde
 haremos ruido sin decirle a nadie
 almorzaremos la carne blanda de una vaca anónima
 soñaremos con símbolos inútiles
 desconoceremos para siempre  su significado
 volaremos sobre las ruinas de la tradición
 escucharemos canciones repetitivas
 bailaremos tales canciones hasta perder el gusto
 caminaremos distancias preconcebidas
 ayudaremos solo al que nos ayuda
 oleremos de las flores su fragancia sobre la mesa
 lamentaremos la sobriedad en fiestas decembrinas
 sacaremos de la nada nuevas promesas
 las sepultaremos en un libro al consumarlas a medias
 enmoheceremos la noche con sueño prematuro
 estrellaremos contra las rocas el futuro de hijos ajenos
 venceremos el tiempo remojándolo en cerveza
 “cooperaremos incondicionalmente con lo inevitable”.



He perdido las palabras…

He perdido las palabras.
 Ya no las sujeto en mis puños.
 Se me fueron en una mala impresión
 y con la salud de un cerebro sin verdes lagunas.
 Ahora no tengo cómo interpretar este encierro.
 ¿Cómo traducir la fluidez?
 ¿Con qué defenderé la alegría cuando abundan
 los poemas tristes?
 ¿Cómo nombrar la indignación?
 ¿Dónde están las palabras cuando la sorpresa
 me trae valles amplios, alegorías de libertad y
 tierra negra para sembrar mis terquedades?
 ¿Podré acaso enumerar mis obsesiones?
 ¿Dónde está la palabra en castellano
 que limite con los bordes de la palabra “imposible”?
 ¿Es la palabra “sueño” la llave, la puerta, la ventana?
 ¿Son las palabras la piel donde duermen los descubrimientos?
 ¿Por qué se han ido adonde no he podido ir a recogerlas?
 Esta parálisis es por no poder utilizarlas.
 Están allá, en alguna parte, conversadas, transgredidas,
 sepultadas en manuales técnicos, en libros novísimos
 o en algún entierro sufí.
 ¿Por qué no las retengo en la mente, en los ojos, en mi pelo
 que tanto me habla mientras duermo?
 Se me han ido las palabras en numerosos exilios,
 me abandonan y las lloro.
 Ruego por ellas,
 ruego golpeándome la cabeza.
 Me culpo como una víctima insegura de su tragedia:
 me culpo por haberlas olvidado.


  
Presagios desafortunados
 
 Se me aproximan vientos que derribarán
 las jactancias de aves peregrinas.
 Se me aproximan como hordas enemigas
 o como la neblina buscando
 el oxígeno templado que aún soy.
 La naturaleza va cayendo
 al abisal que abona la suerte de la tierra.
 Y todo cuanto observo cae
 como hebras de mi pelo en el sifón,
 o como las fragilidades de enero.
 Ya no soy más la flor ruborizada y húmeda,
 con sus pequeños mundos cristalinos
 rodando sobre los pétalos.
 Ahora solo está la calle movediza,
 con un mecedor esperando en la carretera
 las tonalidades del destino en el semáforo,
 y esta sensación espesa
 de temeroso lenguaje.
 Presumo que es sucesivo.
 Otro terreno dudoso que sube el asno
 con ingenua perseverancia,
 y que en medio del camino
 sabrá desplegar sus alas de dragón:
 como las gárgolas,
 que todo lo ven y nada saben.
 Porque al llegar a la meta
 quemará puentes y olvidará trochas,
 para no verse nunca vencido
 por la tentación de regresar.
  

El canto del Minotauro 

Ser un espejo frente a otro espejo,
 la virtud de los seres infinitos.
 Y juzgarse infinito en el propio reflejo
 revela verdades obsesivas.

Certezas que, involuntarias,
 abren puertas insostenibles
 de las que solo es posible encontrar respuestas
 en la generosidad de los sueños.

Es mi deber esperar a Teseo
 para dormir las formas de mi angustia
 y encontrar, por intuición de un dios,
 la puerta de las epifanías correctas.

¡Cómo no entender que los anaqueles
 son las ventanas de Creta!
 Yo solo sé que es de noche porque me hago viejo
 y mis ojos apenas tientan de Ariadna
 su mítica belleza.

Ariadna, Ariadna:
 tal vez nunca recuerdes
 que fui yo el que te liberó
 de los laberintos
 de una biblioteca de Buenos Aires.



Estoy siendo nocturna en lugares soleados

Estoy siendo nocturna en lugares soleados.
 Te lo dije: una vieja amiga me maldijo.
 Te amo, a pesar de su conjuro insensato,
 a pesar del hierro que ha traído su frío
 en esta noche viciosa.

Cuando te di a leer mis poemas
 dijiste que los apreciabas
 pero, amor, ellos solo te estaban pidiendo ayuda.
 Odié a la doncella esperando a su salvador
 y también a la humilde
 opacada por mi adicción a la tristeza.

Luego esas voces engreídas:
 No me salves, tengo un orgullo patán,
 no me salves como una bella durmiendo
 el sueño de su desventura.

Y aquí pernoctas aun cuando rugí desde la puerta:
 ¡Ve a un patio adonde puedas cazar calandrias!
 O ¡Busca algo que vuele
 y sepa descomponer el cielo a su antojo!

Aquí sigues:
 enamorado de la tundra del lince
 o del lince que enmarañó la noche
 y a las amigas de la noche,
 para volverlas su espejo.

Estoy siendo nocturna en lugares soleados
 y tú eres espora húmeda
 viajando en la vena
 que enamorada tiembla.
  


Ya no me leo el tarot

El espejismo del medio día
 me demostró
 que el bailarín sofocado,
 solo era la humedad.

Y en el sopor de la tarde pude ver
 el rostro de quienes
 se disfrazaron de Dios y me conjugaron.

Les manifesté mi ignorancia
 como única verdad
 y me convertí
 en una creyente de pacotilla.

Arruiné todas las predicciones
 quemando las cartas
 de tanto barajarlas al azar.

Tomé un puñado de arena…
 lo arrojé al mar.
 Y la arena fue mi destino
 y el mar la nada.

No tiene caso para una criatura de cristal
 ver más allá de la noche.
 No tiene caso.
 Las espadas que me despedazaron
 yacen en el suelo  con mi sangre primigenia.

Una mujer ajena
 es la sangre que me circula con su perfume metálico,
 con su oxígeno de manantial
 que no supo nombrar a las cosas.

Ya no me leo el tarot, es cierto,
 porque se me hizo
 destino todo aquello que quise
 junto a la suma
 de palabras sueltas que
 proferí irresponsable.

De lejos fueron llegando
 los espejos que me agotaron
 abordándome con el instante,
 y sin embargo,
 de la verdad del instante
 no tuve más
 que
 existencia.



Premonición

Incluso antes de esta historia
 de copas y espadas
 anudada en mi garganta.
 En esos tiempos en el que parecíamos
 ejemplo del amor encarnado en la tierra.
 Yo, como Casandra,
 en quien jamás creíste,
 ya escribía poemas de desamor.



Caballero de espadas

Él tiene el corazón lacerado
 y helado de tanta lluvia.
 Alguien tuvo que abrir la puerta misteriosa
 y robar sus tesoros.

“Ya no quiero volver a verla”,
 decía entre dientes,
 y mordiendo las palabras
 se le agotó la mirada gélida.

En la tierra empezaron a verlo
 como el más común de los hombres.
 Tuvo que volver al mar
 para arrojar sus escudos quebrados.

“Sólo soy un hombre”, repetía,
 y mientras murmuraba
 se sintió como el recuerdo ridículo
 de una mujer que lo amó.

Para el mar
 qué insignificante
 resultaba su tragedia.



Manjarrés

Fundaste el óvulo
 de mi eterna feminidad
 y luego te fuiste
 dejándome el vacío de los abrazos
 y ese reflejo de tu rostro en el mío
 que aún no acepto.

Tienen algo de ti
 todos los hombres que he amado,
 porque después del delirio
 solo queda el poema.

Fuimos un solo cuerpo
 mi madre y yo
 cuando perseguías
 el aroma sexual
 de una adolescente
 sin ambiciones.

Pero hoy,
 en el umbral de tu ancianidad,
 he venido a recordarte
 que soy tu única hija,
 a la que nunca reemplazarás
 en los brazos de ninguna otra.
  


Selva y origen

Estoy sola en mi selva de mujer,
 tratando de ahogar el símbolo
 en mi selva inconquistable.
 Poblada de bestias vírgenes
 y espíritus indomables.
 Poblada de olores a lluvia
 (barro en el aire)
 y olores a tigres acechando
 a mis hembras celosas.

Dejo crecer mi pelo en silencio
 para encontrar la quietud del perdón
 y la brisa sobre el follaje muerto
 de las palabras.

Y desde esta jungla de deseos
 desemboco mis ríos
 de sangre.

Y grito
 para ahogar todos los símbolos
 y volver siempre a mí.



Mi voz en un laberinto

Mi voz se deshizo de la lengua.
 Fue herramienta de malas palabras en mi contra.

Me condenó a una constelación
 de actos predecibles.

Me mantuvo supeditada
 a otros cantos,
 pero yo no sé de cantos
 ni de palomas silenciosas.

No sé de seres sobrevolándome
 en tardes de playa acompasada por arpegios,
 donde me importó un bledo
 arrojar el alma a la vida.

Gesticulé en un papel
 un grito poderoso,
 para matar a aquellos,
 los ilustres de la voz,
 y compadecerme:

Pobre de mi voz, pobre.
 La que se separó del habla
 y habló por hablar.

La que aparentó ser una
 guardadora de silencios
 mientras llevaba la casa
 sucia de ruidos interiores.

Pobre de ella, pobre.
 La que visitó soles
 y atardeció
 en las esquinas.



Dislexia

Demasiado drama en tan poco suelo.
 Una crisis existencial –supe después–
 es no poder llegar a un acuerdo
 con cada uno de tus rostros.
 Mi rostro aéreo, mi rostro canto, mi rostro cruel.
 Rostro tieso frente al monitor
 mientras en el teclado las manos sonríen.
 Se observa uno como un dios impotente
 bebiéndose las decisiones
 según el ritmo y los aplausos.
 Mejor dormir:
 claudicar con ánimo, en un sillón o algo así.
 Dormir es colaborarle a la eternidad.
 Es poner un trapo arcangélico sobre los espejos.
 Mejor despertar:
 nombrar los objetos
 aunque los rostros duelan,
 así la carne cristalina del ojo
 no sea tan pura en la incertidumbre.
 Mejor aún, una decisión cualquiera:
 una lectura imprecisa despierta algo animalesco,
 y ese algo, legañoso y estropeado,
 desorienta a las palomas.
 Qué torpeza:
 una acaba de alzar vuelo
 y no pude ir con ella.



Poemas en el final de los tiempos

Escribir poemas en el final de los tiempos,
 cuando las nubes ya no son nubes
 y los techos vuelan.

Cuando el zumbido en el cielo de mi boca
 ya no es de las tormentas,
 cuando otros vengan a reemplazarnos
 y ya no haya tiempo.

Entonces, hay que escribir poemas
 y cortarlos por la mitad.
 Pegarles la imagen de otro verso casi olvidado
 y aprender a convivir con el retazo
 de un poema de taller.

Poemas trabajados desde un sentimiento añejo,
 vivencia pasada, voz inútil.
 Un eco que solo suena a eco.
 Poema cansado de decir ausencia,
 poema cansado de decir amor,
 poema cansado de decir soledad, sexo, otoño, vino,
 sentimiento, cielo azul y flores perfumadas.

Poema cansado del perfume de las flores.
 Escribir poemas al final de la calle,
 con un punto aparte delante de mis pies.
 Bajar otra cuadra…
 perecer
 y descubrir que el perfume de hombre que seguí,
 mordiendo manzanas enteras,
 resultó ser
 sólo una ecuación.


Oración para superar a Eva

I
 Mujer, has dejado de ser Eva.
 Ya no tienes por qué cargar con la culpa
 ni amanecer con ese dolor
 en un costado del mundo.
 Has dejado de ser diosa,
 porque todos los dioses
 son imaginarios
 y traen bajo sus mantos
 ilusiones suicidas.

II
 Has dejado de ser Eva
 por primera vez sobre la Tierra
 y la Tierra…
 la Tierra está desnuda,
 pero tampoco es Eva:
 sacude sus faldas volcánicas y se sumerge.
 Se siente más de azul y branquias
 que de manos emplumadas.
 Y la Luna,
 la Luna tampoco es Eva.
 Nació redonda y magnética
 sin que por ello la juzguen.

III
 Puedes insistir en llegar descalza
 sin buscarte en versiones varoniles,
 y así evitar el malestar
 de comparar la fertilidad
 con la de un campo arrasado
 por un río déspota.
 ¿Acaso importa seguir ebria la trayectoria de una estrella?

IV
 Vas a la moda con ese sudor ejecutivo,
 musitado un padrenuestro
 desprendido de la madre;
 recibiendo heliconias
 para verlas marchitar en el florero,
 oxidadas, hediendo a cobre,
 como endometrios castigados
 por una lunación.

V
 Cuando eras niña,
 jugabas a las escondidas
 con los ojos vendados de inocencia.
 Cuando adolescente,
 te enamoraste del sol en la mirada de los hombres.
 Cuando adulta,
 arrojaste la venda
 para reconocer a un hombre llevado de tu mano.
 Cuando anciana, y llena de pájaros por dentro,
 sobrevolaste los escombros
 agitando la sábana frágil del pasado.

VI
 Costilla deletreable,
 otras fueran las victorias
 si Eva hubiese escrito
 el best seller de Dios.

 

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