Las historias increíbles de Pedro Conde

Pedro Conde presumía de las aventuras cinematográficas que vivió lejos de su ciudad natal, Santa Marta. Se movía por las calles de la ciudad con un aspecto de capitán de barco, quizás para que todos le creyeran que en realidad fue él quien hizo el doble del capitán Edward John Smith en la película Titanic.

Muy pocos le creyeron. Tal vez porque de esa aventura en la que supuestamente estuvo al lado de uno de los productores más exitosos del planeta, James Cameron, no le quedó ninguna de sus peculiares fotografías, como en las que sí aparece detrás de bambalinas con Marlon Brando, Robert de Niro o Clint Eastwood.

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Pedro Conde junto a Terrence Hill y otros actores en el rodaje de Dale más duro Trinity, 1972. Archivo: Pedro Conde.

No salía de su casa sin su maleta llena de recuerdos, que además contenía un álbum con las fotografías de su gloriosa juventud en el espectáculo. Retratos en los que aparece al lado de grandes artistas, músicos y actores que dejaron en su mente, la inercia de haber sido alguien importante junto a gente importante y, sobre todo, la idea de haber vivido lo que ningún samario ha hecho, como solía decir con orgullo después de narrar su historia a conocidos y desconocidos, una y otra vez.

DE SUS HISTORIAS INCREÍBLES

Pedro Conde era un personaje de cine, sin duda. La inocencia y naturalidad con la que narraba sus historias asombrosas lo asimilaban a Forest Gump, entre otras cosas, porque en cada paso que daba pareciera que el destino lo situaba en medio de la historia de hombres como Fidel Castro o Nelson Pinedo.

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Con Robert De Niro durante el film de La misión en la Sierra Nevada de Santa Marta. 1986. Archivo: Pedro Conde.

En las tardes llegaba al viejo Café del Parque (hoy Juan Valdez) con su respectiva maleta en la que, además de fotografías, cargaba con dólares falsos y sangre sintética, para demostrar que tales objetos exclusivos solo se conseguían en los estudios de Hollywood. Partiendo de tales muestras de veracidad acerca de su pasado, emprendía el viaje por la memoria de una vida espectacular que inició en los años 40, cuando solo tenía cinco años de edad y vivía con sus padres en Bogotá.

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Con Leam Neeson durante el rodaje de La misión. Santa Marta, 1986. Archivo de Pedro Conde.

Se describía a sí mismo en esa época como un carismático niño de largo cabello rubio y ojos azules. Vivía en uno de los edificios cercanos a la Universidad Nacional, al igual que el joven “Fito”, quien mandaba a “Pedrito” a comprar cigarrillos Piel Roja, Camel o Lucky Strike. Sin precisar las circunstancias, Pedro Conde decía, con una emoción que le erizaba la piel, que ese tal “Fito” era nada más y nada menos que el veinteañero Fidel Castro, quien había llegado a Bogotá en 1948, tras hacer escalas en Panamá y Venezuela, en calidad de dirigente estudiantil de la Universidad de La Habana. Un hecho que coincidía, deliberadamente, con la reunión de los cancilleres del continente en Bogotá que dio origen a la Organización de Estados Americanos –OEA-.

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El infante Pedro Conde a principio de los años 40. Santa Marta. Archivo de Pedro Conde.

En ese contexto tan crucial en la historia colombiana y americana, el pequeño “Pedrito” nunca más volvió a ver al joven Fito después de ese 9 de abril en el que Bogotá empuñó su impotencia en el Bogotazo.

Conde también se enorgullecía de la travesía que vivió a los seis años, cuando creyó que ya estaba bastante grandecito como para decidir qué hacer con su vida. Los ojos se le elevaban cada vez que recordaba la noche en la que subió a un barco rumbo al país azteca, porque era México la meca de la cultura y la fantasía, del cine latinoamericano, de la ranchera y de la Sonora Matancera.

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La música, la otra pasión de Pedro Conde. Aquí, con amigos, músicos y cantantes en México D.C. Archivo: Pedro Conde.

“Al llegar a México, nadé hasta llegar a la orilla sin ser visto por la seguridad del puerto mexicano. Al día siguiente, un pescador y sus dos hijos me encontraron dormido en la playa. Ellos me contaron que yo parecía un ángel. Era un niño güerito, de ojos azules, y con ellos viví dos años. Después me despedí de esa familia y tomé un tren hasta Ciudad de México”, recordaba el hoy difunto y legendario, Pedro Conde.

En sus anécdotas destacó su llegada a México como el inicio de una aventura digna de un guión de cine. Conoció a un anciano que lideraba a una banda de atracadores y, en ese ambiente enrarecido, aprendió a embolar zapatos y a ganarse la vida durmiendo en la calle con frío y hambre, mientras recordaba la prosperidad de su familia. “Y mi papá allá con mucho dinero”, decía.

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Pedro Conde trabajó como extra en la película La misión. 1986. Santa Marta. Archivo de Pedro Conde.

Una vez, embolando zapatos, escuchó que un amigo de su padre, Nelson Pinedo, el reconocido cantante barranquillero, estaba en México. Hizo todo lo posible para poder estar en contacto con él y El Almirante del Ritmo, como era llamado este artista, logró que Pedro Conde conociera a Rogelio y Caito, quienes lo llamarían para que cantara boleros en la Sonora Matancera. Fue ahí donde empezó su gloria y tuvo la oportunidad de demostrar sus dotes de bailarín que le merecieron el apodo del “Rey del Twist”.

PEDRO
Esta crónica fue publicada en la revista dominical Macondo de Hoy Diario del Magdalena el 7 de abril de 2013.

En la Sonora Matancera estuvo durante cinco años hasta el día que no se presentó a cantar boleros porque, según él mismo narraba con picardía, se perdió con una hija de Mapita Cortés rumbo a Acapulco. De los boleros pasó a los mariachis en la Plaza Garibaldi, escenario emblemático de este género donde, claro está, también conoció a otra personalidad famosa: Javier Solís.

SU REPERTORIO

En ese mundo de la farándula mexicana conoció al actor Andrés Soler, contacto que lo introdujo en el mundo del cine con papeles pequeños en rodajes junto a Antonio Aguilar y El Santo. En uno de estos rodajes tuvo la oportunidad de actuar como doble de Blue Demond. En aquellas épocas, vivió en la casa de Mario Moreno “Cantinflas” mientras actuaba junto a Pedro Infante, Tintán y su carnal Marcelo, Antonio Aguilar, Resortes, Elvira Quintana y Yolanda Varela.

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Pedro Conde en acción durante una escena de Los rebeldes. Archivo: Pedro Conde.

Hollywood también le abrió las puertas. Pedro Conde enumeraba sus participaciones en el cine internacional como si se tratara de un mantra: “27 películas, 30 producciones de televisión y 15 cortometrajes”. Fue aquí, en su trabajo como extra de acción, donde conoció a grandes personajes del cine norteamericano como Bud Spencer, con quien tiene 12 películas; Terrence Hill y Kirck Douglas en Dale Más Duro Trinity; con Robert De Niro y Liam John Neeson en La Misión; junto a Marlon Brando en La Quemada, (película rodada en Santa Marta y en Cartagena). También trabajó con Grace Kelly en Diamante Perdido y con la leyenda viviente, Clint Eastwood, en el Tesoro Maldito.

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Pedro Conde en un receso con el elenco de Dales más duro Trinity, 1972. Archivo: Pedro Conde.
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Con Terence Hill y Bud Spencer durante el rodaje Dale más duro Trinity, 1972. Estados Unidos, 1972. Archivo de Pedro Conde.

Igualmente, participó en El Corsario Negro junto a Mel Ferrer; Trampa Mortal con Jim Brown, Carrera al peligro con Franco Nero y junto a Steward Granger en el filme Fuego Verde, rodado en Colombia en los años cincuenta.

Tal vez, detrás de su insistencia en narrar una historia fantástica estaría su interés por llevar su vida al cine. Cierta o no, Conde no solo fue un actor, atleta y cantante, poseía el imaginario para escribir guiones tan emocionantes como los de su vida misma. Antes de morir, soñaba con sacar al aire una serie de acción y aventura protagonizada por él mismo, El Caribeño, un proyecto que jamás se pudo consolidar en la televisión colombiana debido a una enfermedad renal que no pudo superar.

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Pedro Conde ensayando una coreografía de pelea con Clint Eastwood. Archivo: Pedro Conde.

SU ETERNA GLORIA

Al regresar a vivir a su tierra natal, Pedro Manuel Conde Santos, conocido por todos como El Conde, vivió de los recuerdos y de una pequeña empresa familiar dedicada al alquiler de equipos de sonido para eventos. A todos saludaba con un gesto amistoso y alegre, que congraciaba con un acento mexicano adoptado.

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Pedro Conde en Café del Parque, Santa Marta, 2007. Foto: Marlon Manjarrés Freyle.

Con la vejez llegó la enfermedad mortal que lo mantuvo en cama durante varios meses. Un lunes 9 de abril de 2012, en una casa alquilada ubicada en el barrio La Concepción II, el Conde murió a los 73 años de edad, al lado de su esposa Oneida Santander y a sus tres hijos, Juan Carlos, Ricardo y Ana María, sus tres más grandes hazañas, según le gustaba decir.

Así, sin más, sin luces, cámaras, actores famosos y alfombra roja, Pedro Conde se despidió de este mundo lleno de maravillas. La historia de un samario que llegó a los estudios de Hollywood terminó en el cementerio Jardines de Paz acompañado por la familia, amigos cercanos y varios puñados de cultores samarios, entre quienes siempre se le vio en el viejo Café del Parque.

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