Carlos Suárez y la persistencia de la memoria

Lo que persiste en la memoria de Carlos Suárez Castillo, es su feliz infancia en Aracataca Magdalena, cuando corría por los prados, desnudo detrás de una llanta de bicicleta rodándola con la ramita de un árbol; cazando mariposas amarillas en la quebrada, los techos oxidados de la Unite Fruit Company y los días de júbilo bajo la lluvia.

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Foto: Qike Moreno Campo.

El sentimiento de unas imágenes que se reafirmó con la obra de Gabriel García Márquez, se ha extendido hasta su obra pictórica donde plasma el arraigo y el color de sus raíces: La persistencia de la memoria.

Su madre lo trajo a vivir a santa Marta muy niño en el sector de la urbanización el Minuto de Dios. En vacaciones regresaba a su pueblo a impregnarse de la alegría de Aracataca, mientras que la ciudad iba a la escuela a intentar de aprender cosas distintas al dibujo y  a la pintura.

Por las tardes caminaba hasta el centro sólo para pasar frente a la Casa de la Cultura, hoy el Claustro San Juan Nepomuceno y escuchar el violín, el acordeón y oler el seductor aroma de la pintura.

«El centro de Santa Marta transpiraba Arte, esto estimulaba los sentidos. Para mí era un peregrinar todas las tardes, venirme a pie desde mi casa en el Minuto de Dios hasta acá. Simplemente para mirar y soñar un poco con ser un gran pintor».

El Maestro Carlos Suárez intentó entrar en la casa de la cultura, pero estaba tan desesperado por echar color que no soportó la ansiedad, quería llegar pronto hasta que decidió preparar sus propios colores.

SOY ARTISTA

Parafraseando a Carlos Suárez: en la búsqueda de la herramienta es donde el artista empieza a definirse como tal.

Sin embargo, no le fue fácil declararse artista. Proviene de una generación donde se creía que dedicarse al arte era un tragedia, pues lo que sacaba de la mala situación económica eran los oficios de cura, político o médico.

Cuando era niño, Carlos recogía los lápices y los colores que encontraba en el colegio y los que rodaban en el descuido de sus compañeros. Con el dinero de su merienda compraba hojas de bloc. Cuando llegaba a su casa, se daba a la tarea de pintar hasta perder la noción del tiempo.

«Tener una hoja de bloc en mis manos era como tener el cielo. Tomaba esos lápices de colores y los partía, le sacaba la mina de color, me inventaba un fogoncito, rayaba las minas de colores y con ellas hacía unas tintas con agua. Esos eran mis colores. Bajaba al río, porque el río Manzanares era tan hermoso que uno podía beber agua de allí. en la rivera había caballos y yo les cortaba un pedacito de pelo de la cola para hacer mis pinceles. Con la caña de guadua o las antenas de radio ‘emparapetaba’ mis pinceles. Y eran los mejores pinceles del mundo porque eran mis herramientas, no tenía recursos, pero sí tenía un espíritu artístico y hoy veo que realmente soy artistas porque siempre busqué la forma de expresar eso que llevaba dentro de mi. Cuando me enfrentaba a una página en blanco, se me iban las ganas de almorzar y me sentaba en el piso con mis chequitas de gaseosa y mis pinturas de colores para disponerme a crear», narró Suárez.

LA INCIPIENCIA

De la misma manera como legó a la pintura, nació su necesidad por leer. Así empezó su propia formación como pintor. Suárez Castillo fue impresionado por muchos pintores, en especia por Fernando de Szyszlo. Leía revistas como la Cosmopolitan para coleccionar los reportajes culturales y así formó su propio álbum. Ese era su archivo, su estudio y su historia del arte.

A sus 51 años el pintor de Aracataca, observa que nunca bajó la guardía. Cuando se ama la pintura como Carlos Suárez lo hace, no existen los obstáculos. Iba a al Casa de la Cultura, al Banco de la República, prestaba libros y poco a poco empezó a entender el por qué de los istmos y las técnicas.

Su padrastro tenía una panadería y a dos casas a donde residía, vivía un carpintero. Allá iba Carlos Suárez a buscar maderos para hacer sus propios bastidores y los marcos de los lienzos. En ese tiempo la harina venía en costales de telas. Las mismas telas que su madre utilizaba para hacer sábanas, para él fueron sus primeros lienzos.

«Entonces yo le robaba harina a mi padrastro para hacer una mezcla almidonada y esa fue mi pintura blanca y las ponía en el sol. Esa era la felicidad más grande de la vida, ver mi bastidor torcido, porque yo mismo lo clavaba. Ese era mi bastidor, ahí iría un futuro cuadro», añadió.

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MOVIMIENTO CARIBE

Su viaje a Bogotá le ayudó a descubrir nuevos elementos y técnicas. Alcanzó a vender sus cuadros por primera vez y al fin pudo vivir de lo que amaba hacer. Al regresar a Santa Marta, encontró arte por todos lados.

Conoció al hoy fallecido Jhony de Castro, autor del mural del Teatro Santa Marta. Él y Antonio González, le dieron la oportunidad de lanzarse profesionalmente en una exposición que se realizó en el año 1989 en el Salón Amarillo de la Alcaldía. Esa vez, la crítica lo declaró el artista del año.

En los años ochentas nació el Movimiento Caribe y la Asociación  de Artistas Plásticos del Magdalena, Asoartiplasmag, vigente en su personería jurídica hasta hoy con Braulio Brito, un gran arista samario y muy amigo del pintor. A este movimiento pertenecieron Ángel Almendrales, Zarita Abello, Roberto Castilla, Eduardo Rodríguez, Josefa María Zúñiga, entre otros.

Desde entonces ha tenido muchas exposiciones colectivas en ciudades como San Andrés Islas, Cartagena, Barranquilla, Bogotá, Medellín, Cali, Valledupar, Riohacha y Santa Marta. Sus cuadros también han viajado a Canadá, Suiza y Alemania.

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Foto: Qike Moreno Campo.

PERSISTENCIA DE LA MEMORIA

En el años 2013 las salas del Museo de Arte de la Universidad del Magdalena, se expuso las pinturas de Carlos Suárez «Persistencia de la Memoria».

«Mi corazón es 100 por ciento de Aracataca. Yo nací allá, mi familia es de allá y la madre de mis hijos también. Entonces mi sentimiento realmente está en dos partes, mi infancia Aracataca la cual recuerdo muy nostálgicamente porque en medio de todas las dificultades tuve una infancia muy feliz. Aracataca va en mis venas y en mi corazón, entonces digo sin oportunidsmo que soy de Aracataca y soy de Santa Marta.»

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