¿Qué le está mostrando Ciénaga al país y al mundo? ¿Cuál es el motivo de tanta exaltación?, ¿por qué tanta hipérbole sobre cosas que no valen la pena?, ¿dónde están los cienagueros de ciencia?, ¿dónde están los escritores, los pintores, los historiadores, los premios?, ¿son los cienagueros tan suficientes que el mundo los copia?, estos son los interrogantes que llevaron a Carlos Payares González a escribir su último libro El Salto de la Liebre, refutación a una identidad falseada – Serie Ensayos Heréticos, donde desmitifica creencias sobre la historia de Ciénaga utilizando argumentos científicos, aún con el riesgo de que le llamen profanador.
Tal como lo expresó el escritor Clinton Ramírez, en el prefacio de este libro, Carlos Payares “ha cometido el pecado mayúsculo de cuestionar la sagrada historia de la patria chica. Ha firmado el sacrilegio de sacar al sol canicular los mitos de Ciénaga, rebatiendo leyendas que la pereza intelectual o la comodidad ideológica entronizaron en lugar de la historia misma”.
Payares González piensa que la mayor alineación es la mentira, pues la verdad permite llegar a la libertad. Con este acto herético de publicar su libro, pretende que las nuevas generaciones sean más sensatas y se desprendan por fin de la creencia de que el sol gira alrededor de Ciénaga (Magdalena).
En su libro utiliza conceptos como patrioterismo o cienaguerismo, ¿Qué se entiende por el “cienaguerismo”?
Eso es lo que no hemos podido definir y es lo que yo les cuestiono a quienes lo profesan. Pareciera que el concepto solo emerge en los momentos políticos electorales con un ánimo manifiesto y es que las personas opten por escoger los candidatos propios de Ciénaga frente a cualquier otra posibilidad. Entonces se enarbola la bandera del “cienaguerismo” sin determinar cuál es su quinta esencia. Pareciera ser como si fuese una herencia genético-cultural, preestablecida, e implícita que no es necesario explicar. Más o menos podríamos simplificarla con una frase: “Naciste en Ciénaga, debes ser cienaguerista”.
En el libro hablo de algunos movimientos populistas de Ciénaga que han tenido buen éxito, como Por el resurgir de un Pueblo, De la mano con el pueblo, que exhiben una especie de regionalismo o localismo que realmente no se profesa, pues en última instancia uno observa que predomina lo de afuera sobre lo de adentro. Los alcaldes, por ejemplo, los escogen y los determinan en Santa Marta, a pesar de que el discurso electoral es en contra de “los forasteros”.
¿El “cienaguerismo” es entonces una cortina de humo?
Sí, es una nube para tratar de ocultar las miserias propias. En vez de permitir al colectivo social conocer, dominar, entender, comprender las situaciones por las que atraviesa solo la minimiza y la gente termina conviviendo con unas presunciones que en el terreno de la vida práctica o cotidianidad no aparecen. Uno puede observarlo. ¿De qué nos ha servido todo ese pregón “cienaguerista”? Ciénaga es una de las ciudades más decadentes que hay en sentido económico, cultural, político, ecológico. Cuando una sociedad decide no enfrentar la realidad contribuye en perpetuar la indignidad.
¿Por qué surge la necesidad de identificarse con una patria?
Creo que tiene un interés fundamentalmente político, pues este elemento produce votos y esa es una ventaja ‘comparativa’ de la tierra frente a otros.
¿Cómo explicarles a los cienagueros que están viviendo de una historia falsa sin que estas palabras sean utilizadas en su contra?
Sí, ese es uno de los riesgos, precisamente trato de eso en mi libro cuando hablo del papel del intelectual. Cuando se escribe con compromiso intelectual, las consecuencias no corresponden a lo que uno dice y hace. Debe haber un vector de correspondencia entre el pensamiento, la expresión y la actuación o si no se es un intelectual o se es un intelectual al servicio del poder hegemónico o de la tradición o del predominio político de un momento determinado.
¿Por qué he decidido correr estos riesgos? Porque pienso que cuando hay una identidad falseada, no puede existir un sentido de pertenencia social. La identidad tiene que ver con lo que hemos sido, las razones, los hechos, los episodios, la historia que nos lleva a un presente. En realidad, el único tiempo tangible es el presente, y con eso no estoy negando el pasado sino que el pasado se expresa en el presente a sí mismo; incluso el futuro tiene sentido en el presente.
Cuando no se tiene ese pasado cercano a lo más verdadero –explico que no hablo de verdad sino de lo más verdadero- la construcción de identidad está falseada y cuando una identidad está falseada nos lleva a una pertenencia equivocada, porque ya la pertenencia es la actuación sobre el presente. Entonces, los seres humanos, para poder intervenir en el presente, deben tener unos lineamientos coincidentes sobre lo que hemos sido y es ahí donde ha operado una tergiversación deliberada por parte de algunos, repetida en el caso de otros, que han permitido que el pueblo no entienda cuáles son las verdaderas razones de sus necesidades.
¿Cuáles son esos elementos que han sido falseados y que los cienagueros asumen como propios?
En La Aldea Grande, el pueblo que nunca existió, uno de mis libros que ya tendrá 10 años sin una sola línea de refutación, demuestro que toda la historia de Ciénaga que se ha enseñado ha sido falsa, que se ha construido a la manera de cuento o de obra literaria, cuando se parte de unas afirmaciones mentirosas sobre nuestro origen al decir que Ciénaga fue una aldea grande con 5 mil bohíos (alrededor de 25 mil habitantes), que fue fundada primero que Santa Marta en 1521, cuando en realidad ni la historia, ni la etnografía, ni la antropología, ni la arqueología han podido demostrar la existencia de esa aldea grande; todos los cienagueros hemos sido engañados de una manera miserable por los seudo-intelectuales que se han encargado de decir que somos los únicos en el mundo y que hasta nos atreveríamos a decir que Ciénaga es la ciudad más importante no solo de la región, sino de la América Continental.
¿Es esto lo que quiere decir con etnocentrismo y etnomanía en su libro?
Sí, el etnocentrismo es colocar lo propio como el ombligo del mundo y pasar a una etnomanía donde nos volvemos monotemáticos pensando que somos seres superiores como en efecto lo decimos. Llegamos a ese hiperbolismo de considerar que somos más que los demás y responsabilizar que todo lo negativo que nos rodea es culpa de otros.
Esas actitudes son las que nos llevan a decir que la pobreza económica y cultural es por culpa de los samarios, que la falta de expresiones culturales es porque los vallenatos nos usurparon la música, o que el carnaval de Ciénaga ha entrado en un deterioro porque los barranquilleros nos lo usurparon, o decir que la Zona Bananera se acabó porque llegaron los malignos cachacos o como esos escritores de medio pelo que se atreven a decir que Gabriel García Márquez es un inepto plagiario. Cualquier persona sensata sabe que esto no es así o por lo menos trataría de buscar explicaciones más lógicas.

¿Cuál fue el objetivo en publicar este libro, cambiar el rumbo de la historia de Ciénaga?
Cuando uno plantea temas como estos, puede convertirse en un profanador de mitos, leyendas y costumbres bien arraigadas, y termina siendo un nadador contra la corriente. Sin embargo, es posible nadar contra la corriente. Todo cambia, nuestra generación no lo entenderá, algunas personas se confundirán o entrarán en duda, y esto es una fuente de conocimiento, porque quien no duda se queda con lo que le dicen.
¿Se ha preparado para esta serie de comentarios en su contra?
Por supuesto. Mi primer libro fue considerado un anatema. Me acusaron de quitarle el origen a los cienagueros. Eso molesta. Debería, más bien, preocuparlos. Moverlos a la reflexión.
¿Usted escribió este libro por amor a Ciénaga o por amor al conocimiento?
En primer lugar por amor al conocimiento, pero a pesar de que cuestiono el patrioterismo con expresiones como ‘etnomaniaca’ o ‘xenofóbicas’, las vivencias que uno tiene marcan la vida.
Hechos, momentos, lluvias, aves… Eso cuenta, pero no puedo, a partir de ahí, generar una actitud de pertenencia absoluta. Debo asumir más bien una actitud de pertenencia hacia la especie, con los otros, asumir una mirada autocrítica de la esclavitud de las formar acabadas.