El País Íntimo de Hernán Vargasarreño

Hernán Vargascarreño visitó Santa Marta hace poco. Llegó por una razón poderosa: la poesía. Entre sus planes estaba el lanzamiento de la última edición de Revista Exilio dedicada al poeta Harold Alvarado Tenorio y dos nuevas ediciones de sus poetas norteamericanos favoritos, Emly Dickinson y Edgar Lee Master. Unas cervezas y unos cuantos cigarrillos aquella noche con ruidos de Carnaval fueron, además, la excusa para reunirse con los poetas amigos que marcaron su estadía en esta ciudad.

Aunque Vargascarreño ha recibido numerosos premios de literatura, en “Confesión”, poema de su libro País íntimo se confiesa de “… hablar solo o con los perros o con la lluvia o con los muertos/ de detestar el trabajo con horarios o las condecoraciones/ del gusto por abandonarme en mi hamaca y repasar inútilmente en ella, la película de mi vida”.

En esta entrevista concedida a la revista Macondo, el poeta de Zapatoca, el exiliado, el editor y traductor, confiesa algo más de su País íntimo y de su estancia en Santa Marta.

¿Cómo descubrió que usted era poeta?

Creo que al haberme alejado de las montañas de Santander y haber llegado al mar –tenía 29 años entonces– me dio la visión necesaria para establecer un paralelo entre dos paisajes muy diferentes que, aunado a la lectura profunda, hizo que se revelara el poder de la palabra que de alguna manera llevaba en mi esencia. Siempre he pensado que mi madre, con quien hice trayectos a camino de varios días por las montañas donde me crié, fue la autora de que la palabra se instaurara de alguna manera dentro de mí; entonces era un niño, pero la poesía ya estaba haciendo su oficio, pues escribir poesía es plasmar más el pasado que el presente. Luego vino el mar, esa otra madre terrenal. Lo demás es parte del camino.

Foto tomada por la poeta Lauren Mendinueta en Lisboa.
Hernán Vargascarreño en Lisboa. Foto:  Lauren Mendinueta, poeta colombiana.

¿Por qué siempre regresa a Santa Marta, volverá para quedarse?

Mis mejores amistades están en la bahía samaria, y además está el mar, su llaneza, esa extraña sensación que produce mirarlo hacia el amanecer o hacia el atardecer, una especie de reto para quien tiene que trabajar con las palabras. Espero seguir viniendo a Santa Marta cada vez que pueda, pero ya no para quedarme, ahora me llaman otras tierras mucho más lejanas. Quisiera radicarme en un país de habla diferente al español pero aún no he decidido adónde ir a anclar mis últimos días.

En su poemario País íntimo hay poemas autobiográficos relacionados a su familia. ¿Existe algún límite para la intimidad en la poesía?

La poesía no tiene límites; afortunadamente es libertaria en todo sentido. Esas menciones a la familia en mi libro País íntimo son precisamente un homenaje a los seres que me formaron y al carácter recio de mi familia campesina santandereana. Pude haberlo escrito en tercera persona, pero no lo quise. Claro que no es una permanencia, pues en mi libro Piedra a piedra el tono y los temas de mi poesía son muy diferentes.

¿Qué le revelaron los poemas de Emily Dickinson al momento de traducirla?

La revelación de Emily ha sido capital para entender la poesía en su más profunda faceta. Al ser una poeta que se ocupa de las nimiedades del alma elevadas a la vastedad del universo, me ha permitido ver mi propia poesía con un catalejo más universal. Al ser Emily una maestra de la palabra, tanto como Kavafis, Pessoa, Borges, Montejo, entre otros de mis preferencias, sus lectores tenemos que ser humildes alumnos para ir descubriendo lentamente tanta elaboración de la belleza, tanto asombro, tanta lucidez… Ya en el plano de la traducción de sus poemas, traducciones que he emprendido porque no me han gustado varias de las que han llegado a mis manos, esa unión que se establece al traducir su poesía es tal vez uno de los actos más religiosos que uno como poeta pueda emprender al hermanarse tanto con la poética de alguien a quien admira.

¿Qué tanto hay de Edgar Lee Masters y Emily Dickinson en su poesía?

No creo que en mi poética existan rasgos visibles de la poesía de Dickinson o de Lee Masters. Son muy diferentes.

¿Cómo nacieron esos dos grandes proyectos que usted lideró en Santa Marta: Los recitales Poesía Mar Abierto y la Revista de Poesía Exilio?

Llegué a Santa Marta en julio de 1989 y quería hacer algo con la poesía. Apenas tenía en mi haber unos pocos poemas que empezaba a escribir, pero pronto me di cuenta que en la parte cultural había un gran vacío con la poesía; así que me di a la tarea de convencer a Mercedes Alzamora, en ese entonces encargada de la parte cultural de Cajamag, quien después de varios meses de insistencia me permitió organizar el primer recital en el año 1991. Leímos a Borges y yo leí mis primeros poemas. Como la sala se llenó, me dijo que podría organizar el segundo recital. Yo mismo elaboraba los afiches e invitaciones, en fotocopias, y los iba pegando por el centro de la ciudad. Luego se conformó el grupo Poetas al exilio, y todo siguió su cauce; eso sí, con mucho trabajo, esfuerzos e incluso dineros propios. Logramos mantener el programa durante 17 años, y en la última década ya se financiaba en su mayor parte con los aportes del Ministerio de Cultura, el Área Cultural del Banco de la República y la Oficina de Cultura de la Alcaldía de Santa Marta. Revista de Poesía Exilio nació en 1993. Para su nacimiento me ayudó mucho la poeta Monique Facuseh. Recorrimos oficinas buscando apoyo económico y, finalmente, apareció su primer número con la hermosa poesía del magdalenense Óscar Delgado, el más olvidado de los poetas del Magdalena.

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La entrevista a Hernán Vargascarreño fue publicada en la revista Macondo de Hoy Diario del Magdalena el 30 de marzo de 2014.

¿Qué jóvenes talentos descubrió en Poesía Mar Abierto?

Algunos se quedaron en el camino o la vida los ha consumido en sus profesiones, en esos avatares que todos tenemos que sortear para sobrevivir en un país tan mísero como el nuestro. Pero puedo dar unos nombres: Monique Facuseh, Irvin Ríos, Samuel López, Luis Rafael Gutiérrez, Evanis Rafael Potes…

Desde su partida, ¿cómo observa los espacios para la poesía en Santa Marta?

En Santa Marta se acabaron los espacios para la poesía porque no ha habido quien tenga la fortaleza suficiente ni las agallas para luchar contra tanta burocracia. Se necesita alma de guerrero y de poeta para trabajar por algo tan intangible como las palabras. Nosotros dejamos un gran público formado, pero, al no haber habido continuidad, ese público se ha quedado sin los espacios para la poesía. Sé que en estos momentos no hay ningún programa local y mucho menos nacional o internacional que se lidere desde la bahía.

¿Cómo conoció a la poeta Clemencia Tariffa? Además de su gran obra poética, ¿cuál es el recuerdo más vivo que tiene de ella?

Mi respuesta sería demasiado larga, así que la abreviaré. Conocí a Clemencia Tariffa en Casa Caribe Libro-Café. Su dueño, José Gustavo Paba, me obsequió su libro El ojo de la noche, que me leí de una vez. De inmediato quise conocer a la poeta. Tengo muchos recuerdos vivos de ella, muy vivos: su fragilidad, su pasión por la poesía, su esquiva personalidad, su orfandad, su deseo de abrazar el mundo en una sola palabra…

Usted posee varias facetas, la de traductor, editor, poeta, gestor cultural… ¿cuál de ellas ha sido la más compleja?

La más compleja es la de poeta, pues es la lucha interna la que más agota, esa lucha por crear poesía. Ser traductor, es una delicia, y editor, un verdadero placer, pues me gusta mucho cuidar de las ediciones. Ya no soy gestor cultural porque mientras lo fui perdí mucho dinero para poder mantener los programas. Creo que esa faceta ha quedado en el pasado. Ahora, lo que quiero es tener un buen negocio que me dé dinero para publicar a los poetas que yo quiera publicar, para difundir revistas y libros, pues creo mucho en el libro físico más que en la pantalla efímera.

¿A qué poetas conocidos suyos admira y por qué?

Colombianos: a Giovanni Quessep, Harold Alvarado Tenorio y a María Mercedes Carranza, así ella ya no esté con nosotros. Admiro a muchos extranjeros, pero no he tenido la oportunidad de conocerlos. El único que cumple ese requisito es el gran venezolano Eugenio Montejo, así se nos haya ido también de este mundo. Claro que la lista de poetas, mujeres y hombres, vivos o muertos, que admiro con extrema devoción, es larga.

¿Tiene algún ritual o algún agüero para escribir?

No hay ritos en el momento de escribir, pero sí en los procesos que siguen al acto de primera creación. Imprimir el poema y pegarlo delante de mi escritorio, para verlo todas las mañanas e ir puliendo lo que haya que pulir. Ese proceso puede durar incluso varios meses. Luego se va al cajón, me olvido de él durante algún tiempo. Meses después, cuando se vuelve al poema, uno ya lo puede ver con otros ojos, con una mirada más distante; entonces, ya se puede ser cruel con él hasta el punto de destruirlo.

¿A qué le está escribiendo Hernán Vargascarreño en estos momentos?

Estoy escribiendo un libro de nombre Montuno. Es un homenaje al cañón de Chicamocha y a las montañas que recorrí de niño; pero como siento que algo le falta, emprenderé este año un recorrido por doce pueblos del cañón que no conozco, entrando por Boyacá y terminando en Cepitá, cerca de Bucaramanga. Veré si ese recorrido me da nuevas ideas para acercarme más a la poética que quiero plasmar. Necesito ver más de cerca su gente, oler sus montes, libar sus licores, acercarme más a la herida de la tierra que es este gran cañón. Están, además, los poemas sueltos, que siempre aparecen sin temática alguna predeterminada; esos se van acumulando para incluirlos en algún libro que aún no tiene nombre, o para que hagan parte de un libro.

¿Sus escritores capitales?

Homero, Cervantes, Kavafis, Borges, Dickinson, Montejo… Mis dos libros preferidos: el Quijote y la Ilíada.

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